Al socialcomunista Gustavo Petro hay que permitirle hablar, porque de esa manera se conocerá el nivel de la barbarie que se desatará en Colombia bajo un eventual gobierno suyo.
Nadie podrá ser tan caradura de mostrar sorpresa respecto de las notificaciones de persecución que fluyen permanentemente de la persona que encabeza la intención de voto según todas las encuestas.
Muerte, cárcel o exilio es lo que les espera a todos los colombianos que han tenido el valor de confrontarlo en la arena democrática. Gustavo Petro es un dirigente que usa la violencia como vehículo de acción política. Sus primeros pasos no fueron en el marco de las reglas de la civilidad. Decidió libremente -salvo que invente que fue reclutado a la fuerza- sumergirse en las aguas sépticas del terrorismo al integrarse a una sanguinaria y despiadada banda terrorista: el M-19, organización que introdujo en Colombia el secuestro de civiles con fines extorsivos.
Petro alega que él hizo parte de una guerrilla que trabajaba mancomunadamente con los pobres para construir barrios y que robaba leche para dársela a niños famélicos. Se describe como un revolucionario que tomó las armas “por amor”.
Debe entenderse entonces que por amor asesinó, por amor violó los Derechos Humanos, por amor incendió y cometió crímenes de ferocidad y barbarie.
Quizás aquella sea a la definición del concepto “amor” que brota de la astrosa estructura mental del sujeto que está muy cerca de ganar las presidenciales en Colombia.
Petro cumple a cabalidad las características del déspota comunista diagramado por George Orwell. Manipulador, violento, mentiroso, despiadado, utilitarista y amoral.
Algunos se declaran sorprendidos por las recientes salidas de Petro. Dicen que “está desbocado”. Es muy posible que estén equivocados. Estamos ante el Petro de siempre, con la diferencia de que ahora está haciendo un compendio de su brutalidad.
¿Acaso es nueva su virulencia contra quienes no comparten sus ideas? Ayer los llamaba mafiosos, paramilitares, enemigos de la paz; hoy los califica de criminales políticos y, si llega al poder, seguramente los catalogará con mayor severidad para justificar la persecución que evidentemente desatará.
La confrontación por la presidencia de la República es absolutamente asimétrica. En un lado se encuentran las propuestas que son respetuosas de la democracia, y en la contracara está el infame planteamiento socialcomunista que cuenta con su propia organización violenta y con una ignominiosa banda de sicarios morales que actúan impunemente en el vicioso universo de la virtualidad.
Frustra sobremanera la aparente soledad en la que han quedado decenas de miles de colombianos que, con ardentía, convicción y disciplina, han defendido a un costo muy elevado las ideas de la democracia careando osadamente al despiadado Petro. Se trata de gentes de la clase media que, movidas por el amor a una patria que muchas veces paga con la moneda equivocada, han dejado de lado sus actividades, han sacrificado tiempo con sus familias con el propósito grande de respaldar un programa político en el que han creído. Prudente y necesario preguntar dónde está la reacción de los dirigentes políticos que han gozado de aquel respaldo. No se avizora un pronunciamiento decidido del partido que aquellas personas ayudaron a crear y a crecer. No se oyen las voces de quienes tienen la posibilidad de hacerle frente real a las temerarias sindicaciones del cabecilla socialcomunista Petro.
La política grande es aquella en la que los representantes tienen una relación simétrica con sus electores. Y ahora, más que nunca, se requiere de esa correlación para que la dura lucha política contra el aspirante a tirano pueda tener unas mínimas posibilidades de éxito.
Publicado: marzo 31 de 2022
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