Napoleón Bonaparte: “La victoria tiene cien padres y la derrota es huérfana”. La frase le cae como anillo al dedo al Centro Democrático.
Las derrotas políticas generalmente son huérfanas. Los responsables suelen evadirse o caer en la trampa de esgrimir hipótesis de distinta naturaleza para justificar los resultados adversos.
Horas después de cerradas las urnas el pasado domingo y cuando empezaba a vislumbrarse el duro revés electoral del Centro Democrático, surgieron los señalamientos de unos hacia otros. Muchas voces de militantes uribistas coincidieron en decir que el partido se había “desconectado” de sus bases. Ese reproche venía oyéndose desde hace muchos meses, pero se agudizó con ocasión del proceso de selección del candidato presidencial a través de una encuesta, mecanismo exótico que no tiene sustento teórico ninguno y que, en vez de unir, se ha prestado para dividir y generar fricciones entre las vertientes que integran a la colectividad del presidente Uribe.
Lo cierto es que, por más que se intente esbozar una interpretación contraria, el Centro Democrático recibió una tremenda paliza en las urnas. Y era previsible, aunque muy pocos auguraban que fuera a ser de tal magnitud. La ausencia del presidente Uribe en la lista al Senado – sacó cerca de 900 mil votos en 2018- tuvo un impacto real sobre una formación que definitivamente no pudo aprender a caminar sin él. El bajonazo en el Senado fue de 551.5 mil votos, lo que se tradujo en la pérdida de 5 curules. Pasó de 19 a 14.
El panorama en la Cámara de Representantes es aún más oscuro. En las elecciones de 2018, el CD sacó 2.38 millones de votos con los que alcanzó 33 curules. La descolgada de este año es monumental. Bajó a 1.6 millones de votos y perdió más del 50% de sus escaños. Bogotá, por ejemplo, tenía 5 congresistas; ahora tendrá 2. Antioquia sufrió un bajón de 7 a 5.
Por regla general, cuando un partido sufre una derrota, sus directivas son reemplazadas con miras a que lleguen nuevos liderazgos capaces de reenfocar a la colectividad derrotada. Es lo que debería hacer el Centro Democrático cuya directora, invocando la teoría sobre la que se sustenta el principio de Peter, hace mucho tiempo alcanzó su ‘máximo nivel de incompetencia’.
No es hora de buscar el ahogado río arriba. Corresponde identificar los correctivos necesarios y proceder en consecuencia. Es evidente que el uribismo es mucho más grande de lo que se refleja en los resultados del Centro Democrático.
La nuez de la discusión inmediata gira alrededor de Óscar Iván Zuluaga cuya candidatura no logró despegar. No viene al caso hacer un reconocimiento de sus insoslayables calidades ni de su gran formación. Lo cierto es que no logró reunir al partido y a los uribistas. Su mensaje no caló en la militancia; se concentró en afianzar el respaldo de los congresistas mas no de los electores.
No será fácil el desmonte de esa candidatura. Zuluaga tratará de maniobrar para continuar en la carrera por la presidencia, mientras los seguidores del presidente Uribe seguirán sumándose a la campaña de Fico Gutiérrez con el lógico propósito de fortalecer una opción que tiene posibilidades de hacerle frente a Gustavo Petro.
Las crisis se convierten en bellas oportunidades para reestructurar y relanzar a los partidos. Si el Centro Democrático no rectifica y no acomete nuevas estrategias, corre el riesgo de convertirse en un partido de garaje dedicado exclusivamente a repartir avales al desgaire, en franco detrimento de los intereses y anhelos de millones de colombianos que creen en las ideas de Álvaro Uribe.
Publicado: marzo 14 de 2022
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