Adicción y políticos

Adicción y políticos

Nicolasa lo sabía muy bien. En esta época antes de elecciones tenía que aumentar el arroz en la casa y hacerlo en la olla que lo precipitara al fondo. Cocinarlo suave y dejar que, como pavimento bien hecho -hoy los interventores permiten que lo entreguen como obleas- se pegara al fondo. Al Senador lo ponía muy nervioso estos tres meses. Llegaba de gira de los pueblos, a veces con éxito de haber comprado un líder o frustrado pues le habían negociado los capitanes los del otro bando y cavilaba en la cocina. Contemplaba la olla e hipnotizado empezaba a comer pegao. En la parte inferior de la nevera le tenía el acompañante: el suero costeño guardado celosamente en el recipiente que le regalaron “al docto” en Sampués -bien tapado- para que no le entrara aire, y lejos de las verduras. Cucayo con suero en la madrugada; su fórmula para mitigar la volatilidad de los votos responsable de su ansiedad y como se había encarecido esta campaña… El doctor Queseep le decía que el pegao producía cáncer (suelta la acrilamida, probablemente cancerígeno) pero no le hacía caso. Tres cirugías para la gordura y el pegao con suero soltaban las mejores suturas mecánicas del bypass. Es el típico comportamiento compulsivo hacia la comida como vía de escape a las situaciones de estrés y de defensa emocional.

La adicción está en el cerebro. Hay razones muy claras: la corteza prefrontal donde está el autocontrol y la regulación de los impulsos es paradójicamente, más delgada en los enfermos que tienen estos índices elevados de masa corporal. Hipotálamos disfuncionales en la base del cerebro es quizá la génesis del, sobrepeso. Se sabe que entre mayor grasa corporal menor cantidad de sustancia gris. Lo cierto es que la atracción por la comida y la compulsión en la ingesta desequilibra el balance energético entre lo que se come y lo que se gasta. Resultado: obesidad.

La obsesión alimentaria en donde comer en forma desenfrenada, a deshoras, no es otra cosa que una manifestación de ansiedad. La adicción es un problema social y de salud pública, pero en los políticos tiene una connotación especial. La historia nos ha mostrado que muchas de las decisiones se tomaron bajo el efecto del alcohol (Nixon), otras bajo el efecto de analgésicos opiáceos (Kennedy) y algunos debates sobre temas fundamentales algunos de los protagonistas han estado para el efecto ilusorio e irreal de los alucinógenos. El comportamiento indecoroso de Yeltsin y sus repetidas borracheras que el Kremlin no pudo tapar. Cuentan que en una visita de estado fue encontrado en la Avenida Pensilvania, en paños menores, comprando pizza. (Entrevista Clinton y Memorias) Ojos vidriosos, pupilas dilatadas, lenguaje disártrico e incoherencias mayores que las habituales son los síntomas. 

Preocupa cuando están bajo efecto de cocaína o bazuco. Los consumidores cambian su forma de pensar, tienen momentos de euforia, hiperexcitacion, ilusión o paranoia. Hay desconexión con la realidad y los efectos de la adición son impredecibles. Al día siguiente no recuerdan ni que firmaron.

Ahora bien: ¿se subiría en un avión cuyo piloto es un adicto? ¿Se dejaría operar si su cirujano es consumidor? Las responsabilidades de los políticos son mayúsculas: llevar a puerto el bienestar social. ¿Elegiría un consumidor para que sea nuestro representante en el legislativo o lleve las decisiones ejecutivas ¿? Suena fácil justificarlos: estos son el reflejo de la comunidad. ¡No lo comparto! Deben ser el ejemplo de la sociedad que en ellos confía. No alcanzo a imaginar uno de estos enfermos hablando sobre drogadicción a nuestros niños y con un gramo de perico en el bolsillo.

Diptongo: ¿tenemos derecho a conocer las historias clínicas, documento privado y reservado, de quienes libremente han decidido postular su nombre a cargos de elección popular? Es preciso conocer su salud mental.

@Rembertoburgose

Publicado: febrero 11 de 2022

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