Leo en el No. 294 de los Pensamientos de Pascal lo siguiente:
«No se imagina uno a Platón y Aristóteles más que con grandes togas de parlantes. Eran personas atentas, y como las demás, reían con sus amigos; y cuando se han distraído escribiendo sus Leyes y su Política, lo han hecho como jugando; era ésa la parte menos filosófica y menos seria de su vida: la más filosófica era vivir sencilla y tranquilamente. Si han escrito de política, era como si trataran de arreglar un hospital de locos; y si han aparentado hablar de ello como de una gran cosa, es que sabían que los locos a quienes se dirigían pensaban ser reyes y emperadores. Tenían en cuenta sus principios para moderar su locura, lo menos mal que se podía hacer» (Pascal, «Pensamientos», Sarpe, Madrid, 1984, p. 104).
Observando lo que sucede en la Colombia de hoy no queda otro remedio que darle la razón a Pascal: la cordura está ausente en nuestros procesos políticos.
Hay un aspirante a la presidencia que campea en las encuestas sobre otros que individualmente considerados no le hacen mella. Y ese aspirante, Gustavo Petro, exhibe todas las trazas de ser no solo un enfermo mental, sino moral. Los que lo conocen de cerca consideran que es una mala persona. Eso se advierte a las claras cuando se observan sus actitudes, sus discursos, sus propuestas. Es algo peor que un líder tóxico: un ser de talante demoníaco.
El suyo, igual que el del desgraciado personaje de ese tangazo que titula «Como abrazado a un rencor», es «un pasado sin honor».
Por más que trate de ocultar su mala vida pasada, una multitud de hechos tozudos lo señalan con dedos acusadores. Se habla del sadismo con que trataba a las víctimas de los secuestros del M-19, de la violencia que ejercía como recaudador de las extorsiones de esa organización criminal, del fanatismo de sus ideas que lo llevó a pesar de su juventud a ocupar altos puestos en su dirigencia. Si no participó directamente en el holocausto del Palacio de Justicia, fue porque estaba detenido por porte ilegal de armas, hecho que dio lugar a que la justicia penal militar emitiera en contra suya sentencia condenatoria.
Según los artículos 179 y 197 de la Constitución, no puede ser elegido como congresista ni como Presidente de la República quien haya sido condenado en cualquier época por sentencia judicial, a pena privativa de la libertad, excepto por delitos políticos o culposos. Pero, habida consideración de sus artimañas, ese fallo de la justicia penal militar no ha tenido efectos para impedir su llegada al Congreso, ni frustrará sus aspiraciones presidenciales.
Hay consenso sobre su pésima gestión al frente de la Alcaldía de Bogotá. Felipe Rodríguez Marroquín y Nicolás Gómez Arenas publicaron un denso libro de 400 páginas titulado «Lo que Petro niega sobre la corrupción de la Bogotá Humana», en el que detallan múltiples irregularidades en que incurrió al frente de la administración de la capital (vid. ‘Lo que Petro niega sobre la corrupción de la Bogotá Humana’). En Youtube puede verse una inquietante información sobre el entorno corrupto de Petro y compañía. Los testimonios son abrumadores.
Se habla mucho de sus poco encomiables costumbres privadas. Se encuentra en Facebook una filmación en la que aparece izando la bandera LGTBIQ+ mientras anuncia con alborozo la conjunción del movimiento socialista con el movimiento gay. A despecho de ciertas manifestaciones oportunistas sobre su religiosidad, destinadas a atraer sobre todo a fieles evangélicos, todo indica que su credo y sus comportamientos distan muchísimo de los de alguien respetuosos de las creencias de la mayoría del pueblo colombiano.
Petro es comunista. Trata inútilmente de ocultar su verdadera identidad política, pues se ha valido de la mentira para pescar incautos por doquiera. Pero no puede ocultar sus vínculos con las dictaduras cubana y venezolana. Su proyecto de una «Colombia Humana», para cuya realización dice que requiere de varios períodos presidenciales, conlleva una transformación profunda que derive en la instauración del Socialismo del Siglo XXI, que no es otra cosa que una variante del pensamiento comunista.
Es inconcebible que quienes dicen llamarse liberales adhieran, so pretexto del «progresismo», a una propuesta política que es radicalmente antiliberal, pues a no dudarlo es totalitaria y liberticida. La idea que alberga Petro de la democracia, que dice haberla heredado del M-19, no es la de un régimen que invita a ser reflexivos y tolerantes, sino violentos y tumultuarios.
Alguien que fue su amigo y colaborador se apartó de él por considerarlo un déspota de izquierdas. Su megalomanía es palmaria.
Puede seguirse en Netflix una serie muy ilustrativa que lleva por título «Ellos se convirtieron en tiranos». Uno de sus capítulos versa sobre Hitler, cuyo ascenso se debió a su perseverancia y su capacidad para pulsar las fibras emocionales del pueblo alemán, profundamente resentido por el trato que sufrió a raíz de la derrota en la Primera Guerra Mundial.
Mutatis mutandis, Petro explota el resentimiento de nuestra gente. Su discurso excita la pasión. Está cargado de odio, de ímpetu destructivo, de delirios de enajenado. Pero llega a unos estratos que se niegan a considerar los hechos tal como inequívocamente se dan. Sus seguidores no quieren ver que su proyecto nos conduciría a la lamentable situación de nuestros vecinos y hermanos venezolanos. Dan razón de lo que sostenían los trágicos griegos: «Los dioses ciegan a aquellos a quienes quieren perder».
Igualmente ciegos son los múltiples candidatos presidenciales que creen que fomentando la división entre ellos podrán a la postre contrarrestar el turbión emocional que está desatando el endemoniado Petro.
Todavía estamos a tiempo de impedir que Colombia caiga en los cenagales que traería consigo la elección presidencial de Petro.
Jesús Vallejo Mejía
Publicado: enero 14 de 2022
4.5