Con la descomunal devaluación que sufrió el Peso frente al Dólar al culminar la semana, nuevamente quedó demostrada la insaciable voracidad de los establecimientos de crédito y en especial de los bancos, que cada vez que se les antoja, alteran la tasa de cambio a su favor desafiando la autoridad cambiaria e infligiendo inestimables daños al mercado.
Lo que no logra el Banco de la República mediante operaciones de mercado abierto (OMA) que buscan devaluar o revaluar el peso frente al dólar, fácilmente lo consigue un puñado de intermediarios cambiarios, que solapados en operaciones masivas de cambio revierten la tendencia devaluacionista o revaluacionista del peso y obtienen ganancias siderales a costa del expolio de un mercado desorientado.
Inestimables son las pérdidas de muchos y abultadas las ganancias de pocos, todo, ante la indiferencia de la autoridad, el silencio del sector productivo y la incomprensión ciudadana.
Independientemente de los beneficios o perjuicios que se derivan de la variación del precio del dólar, es claro que el mercado es dócil a la especulación, y que el Banco de la República y la Superintendencia Financiera son indolentes a ella.
No se debe olvidar, que en teoría, la Tasa Representativa del Mercado (TRM) es un indicador que revela la valoración del peso frente al dólar y que se calcula diariamente con base en las operaciones de compra y venta de divisas del día anterior, pero que en la práctica, para su cálculo, solo se contabilizan las operaciones realizadas por los Intermediarios del Mercado Cambiario (IMC), que no son otros que los establecimientos de crédito que pertenecen a unos pocos dueños, lo que hace que las fuerzas del mercado se reduzcan a los mismos IMC, quienes aumentan o disminuyen la banda en la que flota el valor del dólar y fijan un precio reducido de compra y uno alto de venta, y no el mercado etéreo como se cree. En suma, la TRM la fijan los IMC y no el mercado.
Los IMC manejan el mercado de divisas a sus anchas y el Banco de la República y la Superfinanciera guardan silencio. Prueba de ello, es ver como en la semana que concluye, los IMC ganaron más de 300 pesos por cada dólar que compraron o vendieron, con lo que engrosaron aún más las abultadas utilidades que han acumulado en el año.
Para justificar la abrupta turbulencia, los IMC la atribuyen a la devaluación que vienen sufriendo las monedas de algunos países como consecuencia de la repatriación de capitales alentada por la recuperación de la economía americana; también tratan de justificarla, con el decrecimiento de la inversión extranjera directa (IED) fruto de la profunda inseguridad jurídica e inestabilidad legal que provocó el Gobierno Santos, así como con los recientes actos de barbarie y vandalismo, con la pérdida de la calificación Grado de Inversión por parte de algunas calificadoras de riesgo y por la contingencia sanitaria que seguimos afrontando.
De igual manera, atribuyen el repunte del dólar a los anuncios de la autoridad monetaria estadounidense (FED), lo que induce a un aumento de las tasas de interés en Estados Unidos y, por ende, a promover el retorno de inversiones realizadas en el extranjero.
Esta cándida, ajada y concertada prédica, que circula por los medios de comunicación y que de manera ingenua es literalmente replicada en las redes sociales, busca tranquilizar los mercados y hacer de la devaluación del peso y de la revaluación del dólar un fenómeno natural del mercado.
Es inocente creer, que un aumento tan abrupto de la tasa de cambio se pueda dar en tan corto plazo, en una democracia estable con un crecimiento económico cercano al 10%, con un DTF por encima de 2.6%, con una tasa de intervención de 2.5%, con un precio promedio del barril de petróleo de 68 dólares, con un aumento de 20% en las exportaciones y en un mercado anegado de divisas atraídas por las altas tasas de interés y los jugosos ingresos en moneda extranjera que obtienen los grupos narcoterroristas que hicieron de los campos de Colombia un vergel de cultivos ilícitos y de la cocaína su mayor renglón exportador.
Es claro que el aprovechamiento de la desinformación, junto a la falta de control del Banco de la República y la Superfinanciera, hacen dócil al mercado y fortalecen la especulación. Por eso es inocente creer, que en un país en el que hay sobreoferta de dólares, la divisa pueda escasear en un periodo tan corto y de manera tan abrupta.
La Superfinanciera está en mora de auditar e intervenir con rigor la conducta de los Intermediarios del Mercado Cambiario (IMC) y de verificar el origen de las transacciones masivas que supuestamente provocan tan bruscas alteraciones en la tasa de cambio. Que no se olvide, qué en Colombia, quienes fijan el DTF, las tasas de interés bancario corriente (IBC) y las Tasas de Usura (TU), son los establecimientos de crédito que, en su mayoría, son los mismos Intermediarios del Mercado Cambiario (IMC).
Es inconcebible que en lo corrido del año, el peso colombiano sea una de las monedas más devaluadas del mundo, llegando su pérdida de valor por encima del 11%, sin que el Emisor, el Gobierno y los Gremios hayan hecho un pronunciamiento serio y coherente ante semejante descalabro, que empobrece la nación y compromete su estabilidad económica por aumentar la deuda externa, encarecer bienes, insumos y materias primas vitales para la industria, provocar inflación, pauperizar los salarios, causar desempleo y hacer más injusta la redistribución del ingreso.
Que nadie se equivoque, la inflación que estamos afrontando en buena parte es consecuencia directa de la devaluación del peso, la que ha sido alentada por un sistema financiero que cada día se lucra más del tecnicismo de las normas cambiarias y de la desinformación del mercado.
Lo sucedido en Colombia estremecería a cualquier nación civilizada y ocasionaría una emergencia económica, y hasta la renuncia de sus autoridades monetarias. Pero en Colombia nada pasa; aquí triunfa el sometimiento y la resignación.
Es evidente la falta de independencia y autoridad del Banco de la República y de la Superfinanciera frente a los Intermediarios del Mercado Cambiario (IMC), así como el incumplimiento de las obligaciones que la Constitución les impone como autoridades financieras, cambiarias y crediticias.
También es evidente, que la complejidad de las operaciones cambiarias, desafían la inteligencia y retan la comprensión ciudadana, al punto que hacen que la opinión de muchos sea la última que escuchan, lo que ayuda al sometimiento del mercado.
Ojalá que el presidente Iván Duque exhorte al Emisor a cumplir su obligación, ordene a la Superfinanciera vigilar el mercado cambiario y que en su último año de gobierno cumpla la promesa de promover una profunda reforma financiera que le devuelva la racionalidad y la equidad al mercado.
Entretanto, los gremios y la población en general, deben aumentar su capacidad de interlocución contestataria frente a los indecibles abusos de las instituciones financieras, que han aprovechado la contingencia sanitaria para multiplicar sus ganancias a costa de las urgencias y necesidades de la población y de la economía real.
El sistema financiero es la otra plaga que padecemos.
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*Rafael Rodríguez-Jaraba. Abogado Esp. Mg. Consultor Jurídico. Asesor Corporativo. Litigante. Conjuez. Árbitro Nacional e Internacional. Profesor de Derecho Financiero. Miembro de la Academia Colombiana de Jurisprudencia.