Ninguna manifestación que justifique o que le rinda homenaje al régimen nacionalsocialista alemán puede ser tolerada e hizo bien el gobierno del presidente Iván Duque en tomar medidas contra los policías que, de alguna manera, hicieron apología del nacismo en esa estúpida demostración que tuvo lugar en Tuluá.
Aquella, ante todo, fue una demostración de ignorancia, de desconocimiento básico de la historia, de falta de sensibilidad frente al holocausto que cobró la vida de millones de seres humanos. El episodio debe servir para que las escuelas de formación de la Policía Nacional incorpore en su pénsum el estudio de la historia universal. Basta con que los alumnos conozcan la biografía de Hitler, sus escritos para que tomen conciencia de lo que es el mal radical y, nunca más, vuelvan a presentarse situaciones similares.
Pero ese episodio no puede ser utilizado, como lo está haciendo la extrema izquierda, para lapidar la moral de los policías del país. Los responsables del hecho ya fueron merecidamente sancionados, castigo que en ningún caso puede extendérsele a toda la institución.
No es cierto que la Policía sea una fuerza nazi como han expresado cabecillas socialcomunistas cuya biografía está colmada de episodios de violencia. Es francamente indignante que sujetos que han apoyado o participado en secuestros, masacres, desplazamiento forzado, reclutamiento de menores, tráfico de estupefacientes, ahora se constituyan en los jueces “morales” de la Policía Nacional.
Humberto de la Calle, ese mismo que sentenció que el de las Farc era “el mejor acuerdo posible” y que en La Habana perfeccionó la operación de impunidad más grande de la historia colombiana, propone que se elimine la frase “Dios y Patria” que utilizan los policías. ¿Qué hay de malo en ella? Absolutamente nada. Es una bella expresión que recoge los valores morales que guían a los hombres y mujeres que arriesgan diariamente sus vidas en el cuidado y protección de millones de colombianos.
La Policía Nacional es una institución que ha pagado una altísima cuota de dolor en la lucha contra el terrorismo, el narcotráfico y la violencia que se registra en el país. En los recientes actos de barbarie promovidos por la extrema izquierda, hubo policías asesinados; otros fueron atacados con bombas incendiarias. Algunos fueron mutilados y no pocos sufrieron lesiones con secuelas permanentes.
De nuevo: un acto imprudente que denota ignorancia supina de quienes participaron en el mismo, no puede ser razón que justifique el brutal matoneo que se le está haciendo a toda una institución a la que los colombianos le deben muchísimo.
La Policía debe ser protegida y exaltada. Cuando algunos de sus miembros, de manera aislada cometen errores imperdonables como lo sucedido en Tuluá, la reacción debe ser inequívoca como en efecto sucedió, pero ello no debe servir como plataforma para tender un manto de duda contra el proceder honorable del grueso de los integrantes de esa fuerza.
Bueno sería, en cambio, que se cuestionara a los responsables de la muerte de miles de colombianos y que no pagaron un segundo de cárcel por esos delitos de lesa humanidad, como es el caso de los cabecillas de las Farc que hoy se pasean impunemente por el mundo entero, burlándose descaradamente de sus víctimas. Ahí sí, la extrema izquierda guarda silencio y quien se atreva a reclamar justicia inmediatamente es sometido a un brutal sicariato moral.
Publicado: noviembre 21 de 2021
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