Abrir la frontera con Venezuela es una decisión compleja que tiene aspectos positivos y, al mismo tiempo, acarrea un riesgo que hay que saber gestionar. Lo importante es que el Gobierno actúe de manera ordenada y previsiva para aprovechar esta situación y no abrir las puertas a una crisis migratoria peor que la vista hasta el momento.
Querámoslo o no, durante los últimos cinco años Colombia ha sido receptor de uno de los mayores flujos migratorios a nivel mundial. Actualmente se calcula que 1.7 millones de venezolanos residen en territorio nacional, lo cual conlleva una presión considerable a un mercado laboral y a un sistema de seguridad social que ya de por sí tenían bastantes dificultades para responder a las demandas de los colombianos.
De hecho, quizás la principal razón por la cual la alta cifra de crecimiento económico registrada en 2019 no se vio reflejada en una disminución considerable de la tasa de desempleo fue la incursión laboral de más de un millón de migrantes que la economía nacional tuvo que empezar a acoplar.
Y aunque no lo queramos, lo cierto es que Maduro no abandonó el poder. El cerco diplomático perdió intensidad y la presión que existió hace un par de años se fue desvaneciendo con el tiempo. Por eso, hay que tomar decisiones prácticas con el contexto actual.
Por un lado, abrir la frontera acarrea dos grandes beneficios: uno comercial y otro humanitario. En efecto, independientemente del rechazo al régimen de Maduro, hay un aspecto que es indiscutible: a lo largo de la historia Venezuela siempre fue el segundo socio comercial más importante de Colombia, tan solo por detrás de Estados Unidos. Por ejemplo, en 2008 el intercambio económico entre ambos países ascendió a US$9.000 millones, de los cuales gran parte sostenían la actividad de Departamentos fronterizos como Norte de Santander, Cesar o La Guajira.
Lógicamente, la implosión del modelo chavista y la destrucción de la empresa privada hacen muy difícil que en el corto plazo se pueda volver a ver una cifra semejante. Sin embargo, más allá de las diferencias políticas, sería bastante sano para el crecimiento económico y la generación de empleo en ambos Países que se lograra recuperar parte de ese intercambio comercial.
Al fin y al cabo, con la situación actual no se beneficia nadie. Los venezolanos están arriesgando sus vidas a diarios para cruzar la frontera a través de las trochas, las exportaciones hacia ese País están completamente bloqueadas y ciudades como Cúcuta o Bucaramanga están asumiendo el impacto más grave de una migración desordenada sin poderle sacar mayor rédito comercial.
Por otro lado, hay que tener cuidado con que la apertura de la frontera no genere una llegada aún más masiva de venezolanos a Colombia. Y no lo digo por prejuicios xenófobos ni racistas, sino porque las condiciones económicas del País hacen demasiado difícil que se puedan sostener a más de 2 o 3 millones de migrantes en el régimen subsidiado de salud y solicitando auxilios gubernamentales.
Por ejemplo, sería bueno saber si los venezolanos que lleguen al País tras la apertura de la frontera se beneficiarán del estatuto temporal de protección y, de ser así, de dónde van a salir los recursos para financiar el mayor gasto público que esto acarrea.
En últimas, para gestionar este riesgo y aprovechar una relación comercial que se debe rescatar, se requiere una supervisión minuciosa del Gobierno para que la apertura de la frontera no agrave la ya caótica crisis migratoria.
Publicado: octubre 8 de 2021
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