A pesar de que perdió un dedo de la mano izquierda cuando era soldado del ejército comunista cubano, a pesar de que era zurdo, Danilo Espada, cubano, hijo de judíos, extraordinario editor de videos periodísticos, era el jefe de edición del programa que el inefable Barclays hacía en Miami.
Decepcionado del régimen comunista cubano, desilusionado de su propio padre, quien seguía apoyando a la dictadura de La Habana, Espada aprovechó el accidente que le cercenó un dedo (la puerta superior de la cápsula blindada de un tanque ruso se cerró de golpe, machacándole la mano, amputándole el dedo pulgar) para pedir una licencia como soldado, obtener el pasaporte de Israel y viajar a Tel Aviv. Nunca más regresó a Cuba.
En Tel Aviv engordó bastante porque era vendedor de McDonald’s y comía tres hamburguesas al día con abundantes papas fritas. Era una de las inestimables ventajas de la libertad y el capitalismo: comer sabrosa grasa animal tres veces al día, comer incluso cuando no tenía hambre, comer cuando despertaba de madrugada y recordaba las raciones intragables que le servían en sus tiempos de soldado cubano.
Llegó como turista a Miami y, a pesar de que no tenía permiso de trabajo, consiguió un empleo como entrenador de un gimnasio en un barrio acomodado, Coral Gables. Bajó de peso, se puso en forma y, corpulento, atlético, se jactó de tener un cuerpo que a menudo llamaba la atención de las mujeres que entrenaban en ese gimnasio. Salió con algunas, se enamoró de una de ellas, se mudó a la casa que ella tenía, cerca del zoológico: así Danilo Espada podía ahorrarse la renta del apartamento que alquilaba en La Pequeña Habana.
Como su novia era celosa y prefería que no continuase siendo entrenador del gimnasio para señoras ricachonas, Danilo Espada, que había estudiado técnicas de edición cinematográfica en Tel Aviv, ofreció sus servicios a los principales canales en español de Miami. Uno de ellos lo contrató como editor de promociones y le consiguió un permiso de trabajo. Fue así como Espada conoció al inefable periodista Barclays, que hacía un programa en ese canal, todas las noches a las nueve.
Aconteció entonces una desgracia inesperada: la novia de Danilo Espada enfermó de cáncer y tuvo que someterse a unos tratamientos invasivos que minaron su salud y rebajaron su espíritu. Danilo pensó en dejarla, en recuperar su libertad, pero no se atrevió, le parecía una canallada abandonarla, teniendo ella cáncer en grado cuatro, con muy pocas posibilidades de salvar la vida.
Como Espada, editando con Barclays los videos periodísticos del programa, se quejaba de que el sueldo que le pagaba el canal no le alcanzaba, y como parecía muy afectado por la enfermedad de su novia, Barclays se compadeció de él y, en gratitud por el buen trabajo que desempeñaba, se comprometió a doblarle el sueldo, pagándole mes a mes un monto equivalente al que ya le pagaba el canal. Así, gracias a Barclays, Danilo Espada pasó a ganar el doble: el sueldo formal que le pagaba el canal y el informal que le daba Barclays.
-Se lo merece -pensaba Barclays-. Es un gran editor, el mejor que he conocido.
Tiempo después, la novia de Espada falleció. Conmovido, Danilo lloró amargamente en el hombro de Barclays, en la isla de edición, mientras este lo abrazaba. Para consolar las penas de su amigo, Barclays lo invitó una semana a un hotel de lujo en una playa de la ciudad, Key Biscayne. Poco a poco, Espada se recuperó de la tragedia que enlutó su vida.
A menudo, antes de editar juntos a las siete de la noche, Espada y Barclays hablaban de fútbol, de los partidos de la Champions, del Barcelona, club del que Danilo era ferviente seguidor (Barclays le compraba a Espada camisetas del Barcelona cuando viajaba a esa ciudad). Editaban una hora, entre siete y ocho de la noche, alineando unos cuarenta o cincuenta videos periodísticos que luego Barclays, en vivo, sentado o arrellanado en el estudio, presentaría, comentándolos uno a uno, salpimentándolos, adobándolos con su humor ácido, con una cierta insolencia o desparpajo, con el venenillo de rigor: era entonces una suerte de noticiero o telediario desde la mirada atrabiliaria de Barclays.
Tal vez porque el programa tenía éxito y a menudo marcaba los mejores índices de audiencia del canal, quizás porque el programa era exhibido en los Estados Unidos y en siete países de América Latina, el canal le pidió a Barclays que, además de estar en antena de lunes a viernes, hiciera también un programa los domingos a las diez de la noche.
Entonces, sin presagiar la crisis que se avecinaba, un entredicho que lesionaría su amistad con Danilo Espada, Barclays, ávido por ganar el dinero suplementario que le pagarían los domingos, le pidió a su editor de confianza que lo ayudase a organizar el programa de los fines de semana, lo que implicaba trabajar los sábados por la tarde y los domingos por la noche. Por supuesto, le ofreció a Espada un buen pago adicional por esos servicios de fin de semana.
Para sorpresa de Barclays, Danilo Espada, que había sido siempre tranquilo, reservado, que sabía llevar con aplomo las presiones del trabajo, estalló en una crisis de nervios:
-¡No puedo trabajar más! -dijo, levantando la voz-. ¡Estoy estresado! ¡De ninguna manera puedo trabajar los fines de semana!
Barclays se replegó y dijo:
-Pero ganarías un buen dinerillo extra, Danilo.
No dijo dinero, dijo “dinerillo”: tal vez fue un error.
-¡No puedo hacerlo! -siguió gritando Danilo, víctima de un ataque de ansiedad o un arrebato de orgullo-. ¡No es cuestión de dinero! ¡Es que este ritmo de trabajo es inhumano!
Sorprendido, Barclays preguntó, con un leve cinismo:
-¿Inhumano? ¿Por qué inhumano?
Danilo Espada se atrevió a decir a gritos lo que probablemente llevaba meses tratando de decir:
-¡Porque tengo que editar tantos videos que no puedo comer! ¡No puedo parar un momento a comer un sándwich! ¡No puedo ir al baño! ¡Me tengo que aguantar porque no tengo tiempo de ir al baño!
Barclays escuchaba las quejas, perplejo, sin saber qué decir.
-¡Es inhumano! -repitió Espada-. ¡Este trabajo es inhumano! ¡No doy más! ¡Estoy a punto de renunciar!
Impresionado por la descomposición nerviosa de su editor, Barclays se permitió decirle:
-¿Y por qué tienes que comer acá, si entras a trabajar a las tres de la tarde? ¿No puedes comer antes de venir al canal?
Espada no respondió.
-Me parece que exageras, Danilo -prosiguió Barclays-. No entiendo que no puedas ir al baño. Entras a las tres de la tarde. Yo llego a las siete de la noche. Editas cuatro horas. Sí, entiendo, es intenso, son muchos videos, pero son cuatro horas, no más. Y luego editamos juntos una hora, hasta las ocho, y yo salgo al aire a las nueve. ¿En serio editar cinco horas al día te parece inhumano?
-¡Ya le dije! ¡Me siento un prisionero! ¡No puedo moverme de aquí! ¡No puedo ir a comer algo, al baño, a descansar diez minutos! ¡No puedo contestar llamadas por el celular! ¡Es inhumano! ¡No exagero!
-Hablas de este trabajo como si fuera un campo de concentración, Danilo. Hablas como si yo abusara de ti, como si esto fuese una tortura. Y no es así. Yo no abuso de ti. Ganas muy bien. Yo te regalo un dinero que duplica tu sueldo mensual.
-No puedo trabajar los fines de semana, señor. Es así de simple. ¡No puedo! ¡No doy más!
-Pero ganarías un buen dinero extra.
-Prefiero no ganarlo, señor.
Barclays encajó el golpe en el centro mismo de su orgullo y dijo:
-Pensé que éramos un equipo. Pensé que yo te ayudaba económicamente para que tú me ayudases editando. Veo que me equivoqué.
Danilo Espada se quedó en silencio, la mirada altiva, desafiante, de quien ha sido soldado raso, de quien ha quedado lisiado en un accidente, de quien ha salido con tesón de la pobreza.
-No te preocupes, conseguiré otro editor -dijo Barclays.
Pero quedó decepcionado de Danilo Espada y se preguntó si merecía el sueldo extra que le pagaba, doblando su ingreso mensual.
Esa noche, con un dolor persistente en el hígado, quizás derramando bilis (Barclays había sido operado por una obstrucción en el conducto biliar que casi le cuesta la vida), recordó que hacía pocos días le había obsequiado a Danilo Espada un dinero adicional, para que este viajase a Alicante, España, a visitar a su madre.
-Y así me agradece -pensó Barclays-. Recibe el cheque, compra su boleto aéreo y cuando le pido ayuda para los domingos, me dice que no, que su trabajo es inhumano, que abuso de él.
Esa noche, desvelado, deprimido, humillado por su editor, Barclays le escribió un corro electrónico a su banquero de confianza, el señor Valdés, pidiéndole que anulase el último cheque a Danilo Espada. Ya era tarde: el cheque había sido cobrado, no podía anularse.
-Estoy jodido -pensó Barclays-. Necesito a Danilo Espada porque es un gran editor. No puedo despedirlo. No tengo un reemplazante mejor.
Testarudo, Barclays consiguió un editor para los domingos, sin la certeza de que resultaría tan bueno como Espada. No necesitaba el dinero de los domingos. Pero era un adicto al trabajo, una máquina de hacer dinero, un esclavo del libre mercado, siempre ofreciendo sus palabras (palabras habladas, palabras escritas) al vasto mercado en español.
-A partir del mes entrante, dejaré de pagarle extra a Danilo Espada -pensó Barclays, rencoroso-. Es lo justo: se merece un castigo. Yo le pago para que se ponga la camiseta del programa. Si no lo hace, extrañará mis cheques.
Publicado: noviembre 1 de 2021
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