Pareciera que en ese momento el Papa Francisco les estuviera hablando solo a los oídos de ellos, sí a los de Juan Manuel Santos (JMS) y los comandantes de las Farc. Las frases como hechas en un taller de orfebrería les cayeron como anillo al dedo.
Empezando por esta: “La búsqueda de la paz es un trabajo siempre abierto, una tarea que no da tregua y que exige el compromiso de todos”.
Y el acuerdo de La Habana fue realizado a espaldas de los colombianos, como sacado de repente del sombrero de un mago, y precisamente no logró el objetivo esperado por haber tenido esa connotación de secreto de Estado. De haberse hecho como a hurtadillas.
Y lo que si logró es generar una enorme división como nunca antes se había vivido, y el Papa lo sabe, cuando con esta frase quiso señalarlo: “Que este esfuerzo nos haga huir de toda tentación de venganza y búsqueda de intereses solo particulares y a corto plazo.»
Como cuando como una camisa de fuerza JMS nos impuso un acuerdo ilegítimo, que el pueblo había rechazado en un plebiscito: “No es la ley del más fuerte, sino la fuerza de la ley, la que es aprobada por todos, quien rige la convivencia pacífica”. Y remató diciendo; “Mantengan viva la alegría… no se la dejen robar”. Y se robaron descaradamente la decisión soberana de todo un pueblo que dijo que NO a el Acuerdo.
Por eso no era más claro y contundente el mensaje papal cuando dijo: “Hay densas tinieblas que amenazan y destruyen la vida; las tinieblas de la injusticia y de la iniquidad social; las tinieblas corruptoras de los intereses personales o grupales, que consumen de manera egoísta y desaforada lo que está destinado para el bienestar de todos”.
Sobre todo en un proceso de paz donde las verdaderas víctimas no han sido tenidas en cuenta y el santo padre dijo: “Mírenlos a los ojos y déjense interrogar en todo momento por sus rostros surcados de dolor y sus manos suplicantes. Y siguió diciendo: “Reconciliarse es abrir una puerta a todas y a cada una de las personas que han vivido la dramática realidad del conflicto”.
Pareciera que el Papa lo sabía todo acerca del acuerdo de La Habana que no era otra cosa que un proceso de paz lleno de incertidumbres, cuando dijo: “La verdad no debe, de hecho, conducir a la venganza, sino más bien a la reconciliación y al perdón”.
Y siguió diciendo con gran conocimiento de causa: “Verdad es contar a las familias desgarradas por el dolor lo que ha ocurrido con sus parientes desaparecidos”. “Verdad es confesar qué pasó con los menores de edad reclutados por los actores violentos». “Verdad es reconocer el dolor de las mujeres víctimas de violencia y de abusos”.
Por eso este proceso de paz no pudo ser posible porque como decía el santo padre: “Cuando las víctimas vencen la comprensible tentación de la venganza, se convierten en los protagonistas más creíbles de los procesos de construcción de la paz”. Y no es que las víctimas estén sedientas de venganza sino sedientas de justicia.
Por eso el bueno de Francisco dijo: «Sanemos aquel dolor y acojamos a todo ser humano que cometió delitos, los reconoce, se arrepiente y se compromete a reparar, contribuyendo a la construcción del orden nuevo donde brille la justicia y la paz». Y esto no se hace con palos de escoba o sartenes llenos de hollín.
Por eso este proceso de paz de Santos no es otra cosa que un contundente fracaso y el Papa lo sabe cuando dijo: “Todo esfuerzo de paz sin un compromiso sincero de reconciliación siempre será un fracaso».
Publicado: septiembre 16 de 2021
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