Uno de los investigadores más reconocidos en neurociencias fue el francés Paul Broca. Encontró en un paciente la llave para descifrar el enigma del lenguaje. Este ciudadano producía una palabra: “Tan”, su respuesta cuando se le preguntaba algo. Entendía perfectamente lo interrogado y solo podía responder con el monosílabo “Tan”. Nació la primera ubicación anatómica responsable de la expresión del lenguaje, el Área de Broca ubicada en la parte inferior del lóbulo frontal. El lenguaje, una de las maravillas del ser humano. Le permite comunicarse, crear y decir las palabras más hermosas, esas que expresan sublimes sentimientos. Con el fuego y la carne, los grandes impulsadores del desarrollo como especie.
Paralelo con este descubrimiento señalado se detectó otro tipo de afasia. Al paciente se le hablaba y respondía con un lenguaje fluido, pero no correspondía a lo que se le preguntaba. Totalmente incoherente. A este tipo de afasia, se le llamó Sensorial o de Wernicke (recordando su descubridor). Así, la trigonometría del lenguaje se fue construyendo y se formó un triángulo en el cerebro que unía los lóbulos temporal y frontal. La angustia de quien entiende, pero no puede hablar genera ansiedad, desespero e impotencia. Aquel que no entiende, aunque anda tranquilo, su familia se muestra inconsolable pues perdieron las cadenas de la conexión familiar. Aunque son locuaces, aislados. Que don el lenguaje y que cruel las afasias donde se pierde el hilo de la comunicación entre los seres humanos. Ayer, día de los fonoaudiólogos, un reconocimiento y gratitud para esta disciplina: ayuda a los enfermos a sintonizarse con el entorno.
Otro tipo de afasia la hemos observados en ciertos funcionarios públicos, combinan las características de las dos descritas: no entienden y no se pronuncian. La he denominado “la afasia del sombrero”. Un ala impide que los estímulos lleguen al área encargada de procesar el significado de las palabras y la otra evita que la respuesta salga. Encierra el cerebro del burócrata en el calabozo del cráneo y lo incomunican con el medio.
El mutismo del sombrero tiene una ramificación: una correa alrededor. Evita que el sombrero vuele o tenga independencia. El clan empresarial o político lo maneja a su antojo, incluso con propiedades laterales: las alas descienden en forma tal que conducen al funcionario afásico por el camino sinuoso de la ilegalidad. Además, un nudo corredizo que ante cualquier asomo de autonomía estrangulan al portador. Le recuerdan deudas y pagarés viejos, ecos del proselitismo ambicioso. Qué decepción: nuestros funcionarios jóvenes portadores del sombrero de la sumisión.
Cuando aparecen los vientos de control social y del ministerio público piden una segunda oportunidad. Suplican para que les desclaven el sombrero. El momento de quitarse el casco de la subordinación es ahora. Hay que mostrar el talante de la independencia y del carácter.
El país tiene dos caminos: conjuga el control social con toda la verticalidad y exige responsabilidad y decoro. De lo contrario, los vientos anárquicos desataran una tormenta social. Queremos que los mejores estén en el servicio público y que por favor ¡no caigan en el estrabismo del futuro!
Diptongo: la labor misional de los funcionarios no es ser gladiadores de los contratistas.
Publicado: septiembre 10 de 2021