Con total desparpajo y quizás en medio de un destello de honestidad, el expresidente Juan Manuel Santos aseguró que “en política, la traición es casi la regla y no la excepción”.
Lo asevera un estafador político que se hizo elegir presidente de la República enarbolando unas banderas y presentándose como el continuador de la obra del presidente Álvaro Uribe Vélez.
Más que a Uribe, Santos traicionó a cerca de 10 millones de colombianos que votaron por él creyendo que su gobierno sería una extensión de la política de seguridad democrática, confianza inversionista y cohesión social.
Más se demoró en llegar al poder que en poner en marcha una operación que consistió en defraudar a sus electores para entregarse de lleno a la extrema izquierda con el propósito protervo de llegar a un acuerdo con la banda terrorista de las Farc.
No deja de ser escalofriante que Santos haya traicionado a millones de ciudadanos honorables y honestos, para cumplirle a una peligrosa banda de mafiosos y terroristas, porque a ellos, las Farc, sí que les ha cumplido a pie juntillas todos los pactos alcanzados.
¿Cuál fue el gran pecado de Uribe frente a Santos? Ninguno. Si no hubiera sido por él -Uribe- aquel jamás habría sido presidente de la República. El expresidente jamás quiso meterse en su gobierno. Desde el primer momento dejó libre a la nueva administración para que ejecutara el plan de gobierno por el que votó la mayoría ciudadana.
Pero Santos, como una víbora, puso en marcha una operación deleznable de persecución contra su antecesor y sus más cercanos colaboradores, familiares y amigos. Utilizó a la justicia para sacarlos del camino, a través de burdos montajes.
No. La política grande, la buena, la que construye no se hace a través de traiciones. Solo una persona ruin y perversa, como en efecto es Juan Manuel Santos, puede entender que el poder se ejerce traicionando personas y principios.
Por confesiones como la que acaba de hacer Juan Manuel Santos es que la ciudadanía observa un descreimiento en la política y en las instituciones. La gente espera honestidad, transparencia y, sobre todo coherencia de quienes aspiran a ejercer el liderazgo.
Esto no es una mesa de póker, en la que se engaña a los rivales. Planteamientos como el de Santos son ante todo y sobre todo un vergonzoso reconocimiento de la sucia catadura de ese individuo que ocupó la más alta dignidad de la República.
Que él sea, como efectivamente es, un traidor, un canalla y un tramposo, no significa, ni mucho menos, que así deba llevarse a cabo el ejercicio de la política que es, de acuerdo con las enseñanzas aristotélicas, la más noble de las labores humanas.
Publicado: septiembre 6 de 2021
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