A Georges Bernanos lo obsesionaba el problema del mal. Dedicó varias novelas a examinarlo. Una de ellas lleva el título del que me valgo para encabezar este escrito. Puede descargarse en el siguiente enlace la excelente película que sobre el libro protagonizó Gérard Depardieu en 1987 (vid. Bajo el sol de satán).
Hay muchas hipótesis sobre la naturaleza y el origen del mal. Se habla de traumatismos inscritos en el inconsciente (Freud, etc.), de desajustes en la estructura cerebral (Koestler), de ignorancia (Sócrates), de estructuras sociales arcaicas y no suficientemente superadas por la evolución de las sociedades (Marx y los suyos). Pero, como creyente que soy, sigo lo que al respecto enseña el Evangelio.
Se lee en el Evangelio de San Marcos:
«Oiganme todos y entiendan. Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre.» (Mc. 7, 15, 21-23).
Pero su origen último está en otra parte. En Lc. 22:3 y Jn. 13:27, el relato de la Última Cena alude a la traición de Judas y dice que Satanás entró en su interior induciéndolo a entregar al Señor.
El Evangelio es rotundo en esto. El mal moral procede en últimas de influencias diabólicas de distinto género que actúan en nuestro interior. Satanás y su cortejo de demonios no son entidades míticas ni símbolos de que nos valemos para identificar la maldad. Son reales y de ello dan testimonio elocuente los exorcistas, tales como el padre Amorth, fallecido hace algún tiempo, quizás el más famoso de todos ellos.
Dostoiewsky creía firmemente en la acción demoníaca. A propósito de Dimitri, su personaje de «Los Hermanos Karamazov», dijo que con él ilustraba la lucha que se libra en el interior del hombre entre Dios y el Diablo: “Es terrible que la belleza no solo sea algo espantoso, sino, además, un misterio. Aquí lucha el diablo contra Dios, y el campo de batalla es el corazón del hombre”.
A este pasaje de Dostoiewsky me he referido en otra oportunidad, a propósito del libro de mi entrañable y fraternal amigo Javier Tamayo Jaramillo que lleva por título «En Contravía y por Atajos«.
Pues bien, esa lucha no sólo se libra en el interior del hombre, sino en el de las sociedades mismas.
Cuando observamos la degradación de nuestra sociedad en todos los ámbitos, muchos de mis interlocutores se alarman exclamando que cómo es posible todo esto. Mi respuesta suele ser que estamos, como bien escribe Bernanos, bajo el sol de Satán.
A nosotros no nos ha valido que en el Preámbulo de nuestra Constitución se hubiera escrito que se la expidió «invocando la protección de Dios», pues se trata de una declaración de circunstancias, hipócrita, avalada por ateos confesos y a la que legisladores, gobernantes y jueces poca atención le prestan. Colombia parece poseída por el Demonio.
A mis discípulos solía recomendarles que leyeran «El Mal o el Drama de la Libertad», de Rüdiger Safranski, que vincula esos dos fenómenos un poco a la manera pascaliana.
Según Pascal, cuya lectura también les encarecía a mis alumnos, «El hombre no es ángel ni bestia». La libertad puede elevarlo a las alturas celestiales, como San Francisco de Asís, o hundirlo en los abismos más despreciables. Para no ofender a las damas con nombres concretos, les mencionaba el caso hipotético de la atroz Rosario Tijeras.
A propósito de Pascal, una pregunta que me hizo en estos días un apreciado interlocutor me incitó a emprender la lectura de un exquisito estudio que sobre su personalidad y su pensamiento publicó hace cosa de un siglo Jacques Chevalier (vid. Pascal, Librairie Plon, Paris, 1922). Es uno de los pocos libros que decidí conservar de la nutrida biblioteca que hube de sacrificar para internarme en una residencia de tercera edad y así poder atender a mi amada esposa en sus últimos meses de vida.
Según Chevalier, Pascal representa para Francia lo que Dante para Italia, Shakespeare para Inglaterra o Cervantes para España. No sólo era un refinado escritor y un sabio fecundísimo, sino ante todo un santo.
Lo traigo a colación porque algunos de los ateos teóricos y prácticos que más influyen en la Colombia de hoy dicen adherir a una ética laica despojada de coloraciones religiosas que puede hacer de ellos unas personas decentes y hasta meritorias, pero no los lleva a la perfección que exige el Evangelio: «Sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto» (Mt. 5:48).
Es asunto sobre el que volveré más adelante.
Jesús Vallejo Mejía
Publicado: septiembre 21 de 2021
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