El Centro Democrático cuenta con muy buenos candidatos presidenciales, pero no tiene votos suficientes para que uno de ellos por sí solo triunfe en primera vuelta ni quizás pase a la segunda, mucho menos si se divide entre duquistas y antiduquistas.
Su ideario es en principio válido para trazar una ruta viable para enfrentar los desafíos de nuestra sociedad en los tiempos que corren. ¿Quién puede negar que la seguridad democrática, la confianza inversionista y la cohesión social responden a necesidades vigentes ahora más que nunca antes? ¿Cómo afirmar que la lucha contra la corrupción y el narcotráfico hayan perdido importancia en la Colombia de hoy?
Sin embargo, una artera campaña activada desde varios frentes, principalmente contra su líder natural, ha hecho mella en su imagen, sobre todo en la juventud que no conoció de primera mano lo mucho que por Colombia hizo Álvaro Uribe Vélez desde la presidencia de la república. Los promotores de esa campaña de descrédito, que aún no culmina, bien sabían que envenenando el ambiente debilitarían el principal obstáculo que podría impedir el avance de fuerzas disolventes que vienen haciendo estragos en nuestro vecindario.
Voces sensatas dentro del partido vienen llamando la atención acerca de la ineludible necesidad de integrar coaliciones en pro de un gobierno moderado para el próximo cuatrienio. No es imposible reanudar alianzas con los conservadores y los cristianos, ni forjarlas con el partido de la U, con Cambio Radical e incluso con lo que restaría de los liberales después de la escisión que proyecta el Nuevo Liberalismo o la que promueve el senador Velasco, así como la que ha planteado la llamada Coalición de la Esperanza. Pero la forja de esas alianzas requiere una delicada labor diplomática que urge emprender.
Pienso que lo que más dificulta el entendimiento del Centro Democrático con varios de esos sectores políticos que podrían compartir sus programas básicos es la actitud de total hostilidad del partido respecto del acuerdo con las Farc.
Me atrevo a sugerir que ese acuerdo, todo lo defectuoso que lo considero, es ya para bien o para mal un hecho cumplido, quizás modificable en el futuro en aspectos puntuales, pero no susceptible de que se lo haga trizas. La idea de liquidar la JEP es, por ejemplo, inviable hoy por hoy, lo mismo que la de revocar muchos de los beneficios que se estipularon con las Farc.
Supongo que tal es el pensamiento del presidente Duque, quien a pesar de las quejas de no pocos de sus copartidarios, se ufana de estar dando cumplimiento en la medida de lo posible a lo convenido en el NAF.
Hay que reconocer que no todo es malo en el mismo. Acabamos de ver, por ejemplo, que la JEP ha admitido que al menos 18.677 menores fueron víctimas de las Farc y ha dispuesto acciones pertinentes sobre tan grave asunto.
Después de escuchar las confesiones de Timochenko y Mancuso ante la Comisión de la Verdad a mí me quedaron varias impresiones, todas ellas muy profundas y dolorosas. Ante todo, la de que en esa confrontación de Farc, AUC y, por qué negarlo, el Estado, Colombia padeció un verdadero infierno que es indispensable dejar atrás, sobre todo anímicamente. No podemos anclarnos en ese pasado ominoso. Es necesario proyectar nuestra visión hacia el futuro, pensando, como bien lo aconseja el presidente Duque, en lo que integra y no en lo que divide.
La política se mueve en dos direcciones antagónicas, la arquitectónica o constructiva y la agonal o conflictiva. Es hora de pensar en lo que contribuye a sosegar los ánimos, con el propósito de encauzarlos hacia la edificación de una sociedad que pueda superar armónicamente las agudas diferencias que se presentan en su interior.
Francisco Santos, en diálogo con Vicky Dávila, expuso hace poco unas ideas muy sensatas sobre el momento político. Según sus puntos de vista, la acción en la hora presente debe dirigirse hacia la juventud, para escucharla, atender a sus necesidades y darle oportunidad de participar adecuadamente en la conducción de nuestra sociedad, de suerte que su acto de presencia no se limite a manifestarse en las calles, sino a aportar su idealismo y su energía en la configuración de la sociedad en que le toca vivir. Sin duda, el que lograre el apoyo de los jóvenes gozará de las mejores probabilidades de ganar en las justas electorales que se avecinan.
A mis copartidarios del Centro Democrático me atrevo a sugerirles que piensen ante todo en orientar a los colombianos por rutas de conciliación y de progreso, más que en sus aspiraciones inmediatas, todo lo legítimas que parezcan. No sobra recordar a este respecto la célebre afirmación de Bismarck: «La política es el arte de lo posible». En las circunstancias actuales, es el arte de conquistar unas mayorías suscitando en ellas más el entusiasmo que el miedo.
Hay que recobrar la fe en Colombia y su institucionalidad democrática. Como lo dijo otrora Don Marco Fidel Suárez, la nuestra es tierra estéril para las dictaduras. Debemos preservar nuestra adhesión tradicional a las libertades que cierta tentación totalitaria o iliberal pretende demoler.
Jesús Vallejo Mejía
Publicado: agosto 13 de 2021
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