Les sugiero a mis lectores que escuchen con detenimiento el discurso de Gustavo Petro en Cali.
Es probable que coincidan conmigo en que difícilmente podría haber en la política colombiana una manifestación más rezumada de resentimiento, odio y otras actitudes llamadas a estimular pasiones negativas en las comunidades.
Desafortunadamente, como viene observándolo el expresidente Uribe Vélez, los elevados índices de desempleo que ha traído consigo la crisis son caldo de cultivo del desencanto popular y pueden llevar al electorado a soluciones extremas de las que nada bueno podría esperarse para la suerte de Colombia.
Las últimas encuestas indican, en efecto, que la gran mayoría de la opinión pública considera que el país va por mal camino y descree de todas las instituciones, salvedad hecha de las Fuerzas Armadas y la Iglesia Católica, que todavía están algo por encima del 50 % de favorabilidad.
Los resultados de las encuestas exhiben una preocupante tendencia hacia el extremismo de Gustavo Petro, que si lograra el acceso al poder sería algo catastrófico. Así lo consideran incluso voceros de la izquierda que lo conocen bien y manifiestan que Petro es sin duda una mala persona.
Las fuerzas políticas que creen todavía en las ventajas de la democracia liberal, que como lo pensaba Raymond Aron es el marco común que agrupa a la derecha no autoritaria y la izquierda no totalitaria, vale decir, la civilización política, deben advertir los graves peligros que acechan a la institucionalidad colombiana por esa marea de resentimiento y ánimo destructivo que está creciendo en nuestra sociedad.
No hay que olvidar que fue el resentimiento de la población alemana lo que llevó a Hitler al poder, con todo lo siniestro que de ahí se siguió.
La manera de hacerle frente a tamaño desafío es una gran coalición en la que esos diferentes sectores se pongan de acuerdo en un programa común de recuperación de la economía y promoción del empleo. Cada uno de ellos tiene sus propias ideas acerca de otros tópicos, pero como lo manifesté en mi último escrito hay que pensar en lo más urgente. Lo primero, primero.
El ejemplo de Alemania es muy ilustrativo. A lo largo de años la gran confrontación fue entre la Democracia Cristiana y la Social Democracia, que se alternaron pacíficamente en el ejercicio del poder, pero en la última década, al no lograr ninguno de los dos partidos mayoría para gobernar, decidieron aliarse para hacerlo conjuntamente. La artífice de esa coalición, Ángela Merkel, se dispone ahora a terminar su gestión en medio del aplauso de sus conciudadanos.
No es imposible que el Centro Democrático, el Partido Conservador, el Partido Liberal, el Partido de la U, Cambio Radical y otras formaciones, como las de los cristianos e incluso sectores de los Verdes y el Polo Democrático, lleguen a acuerdos que le ofrezcan a la mayoría del electorado soluciones positivas para superar las gravísimas dificultades del presente y protejan a Colombia del extremismo que promueve Gustavo Petro.
La polarización entre uribistas y santistas debe superarse, pues lo que en realidad enfrenta hoy a los colombianos es el mantenimiento de la democracia liberal y la promoción de un proyecto de tintes totalitarios y liberticidas.
Es verdad que la idea de ese gran entendimiento tropieza con dificultades de todo género, no siendo las menores las que surgen de egos hipertrofiados y sensibilidades lastimadas. Pero las circunstancias de la hora presente aconsejan que se siga la célebre consigna del general Benjamín Herrera al término de la terrible guerra de los mil días: «La Patria por encima de los partidos».
Jesús Vallejo Mejía
Publicado: agosto 25 de 2021
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