A finales de marzo del presente año, la tristemente célebre Comisión Interamericana de Derechos Humanos, CIDH eligió a la chilena María Antonia Urrejola como nueva presidenta de esa entidad.
Ella, como debe extrañar a nadie, es una fiel militante de la extrema izquierda de su país, filiación que no esconde y que a lo largo de los años se ha encargado de hacer manifiesta a través de sus redes sociales, específicamente en su cuenta de Twitter, donde ha lanzado ataques violentos contra la policía de su país y contra otras mujeres que no estén alineadas con su ideología fundamentalista.
Curiosamente, con ocasión de las protestas que tuvieron lugar en Chile, la Urrejola hizo fuertes críticas por los bloqueos, pero cuando estos se presentaron en Colombia, salió a defender a los encapuchados justificando las barricadas y las limitaciones que los violentos le impusieron a la movilidad de millones de personas.
Su odio al ejército es palmario. En el año 2013 lanzó muchos trinos en contra de los militares chilenos, calificándolos con los peores adjetivos posibles. “Queremos justicia. No planteamos reconciliarnos con los militares genocidas”, escribió el 21 de agosto de 2013.
Luego, la emprendió contra lo que ella llama “derecha” chilena diciendo que “Es claro que los milicos le hicieron el trabajo sucio a la derecha, esa q hoy se lava las manos y los escupe. La misma q antes los aplaudió”.
Quien hoy preside una comisión que se dice ser defensora de los Derechos Humanos, usó un vocabulario brutal para “celebrar” el fallecimiento de una persona. Efectivamente, el 7 de agosto de 2015, cuando se confirmó la muerte del general Juan Guillermo Contreras se apresuró a decir: “Murio (sic) el asesino, el maldoto (sic) [maldito], el sanguinario. Que arda en el infierno”.
Su vocabulario y su ortografía dejan mucho que desear y le deslucen a quien ocupa el cargo más importante de una organización adscrita a la OEA. Hacer una defensa de los DD.HH no riñe, ni mucho menos, con las buenas maneras ni con la obligación de hacer planteamientos serios, ponderados y argumentados.
Pero lo de la señora Urrejola es el insulto y las malas maneras. La teoría dice que la CIDH es un escenario neutral en el que todos los sectores tienen las mismas garantías y espacios, sin limitación de ninguna naturaleza, mucho menos por razones de ideología. La práctica es bien distinta. Aquellos que no sean fieles seguidores de la agenda progresista -léase, involucionista- tienen en la presidenta de esa comisión a una enemiga feroz. A las mujeres de derecha, que ella llama “fachas”, las ataca de manera inmisericorde. “Q (sic) desagradable y ordinaria son (sic) las viejas fachas: gritonas, garabateras, feas, mal educadas. Insoportables!”, escribió en julio de 2013.
Como si aquello no fuera suficiente, resulta que la presidenta de la CIDH cree firmemente que la crisis que padece el pueblo venezolano no es por culpa de la dictadura chavista sino de la “derecha” de ese país.
También ha expresado que “lo cierto es q (sic) yo no creo q (sic) Chávez sea una dictadura propiamente tal (sic) pero un populismo acerrimo (sic) y un caudillismo peligroso”.
Dados los antecedentes de Antonia Urrejola, los venezolanos que buscan que la CIDH hagan valer sus Derechos Humanos, encontrarán en la alevosa presidenta de esa comisión una talanquera infranqueable. Ella es una militante radical de una ideología que justifica los abusos de la extrema izquierda y quien se atreva a ir en contravía de sus ideas será maltratado o, en el mejor de los casos, desoído por quien en el papel tiene el deber de luchar por el respeto de sus derechos.
Publicado: agosto 10 de 2021
Todos esos organismos (ONU, CIDH) están infiltrados por la izquierda, y eso les ha permitido una progresividad la cual parecía imposible hace unos años atrás.
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