El pensamiento político está plagado de mitologías. Una de las más arraigadas postula la superioridad moral del socialismo. Los hechos históricos la han desmentido hasta la saciedad, pero sigue haciendo estragos en los espíritus idealistas de los jóvenes, en las aspiraciones místicas de no pocos religiosos, en las entrañas de masas irredentas.
Los promotores del mito socialista anuncian que con el régimen que aplauden habrá un nuevo hombre despojado de sus lastres individualistas y entregado a la edificación de una sociedad justa en la que imperen la solidaridad y la igualdad, a partir de las cuáles el ser humano podrá gozar de la verdadera libertad fundada en su completa emancipación de toda suerte de necesidades. Lo dijo Marx: se pasará del Reino de la Necesidad al Reino de la Libertad; cada uno aportará al producto social según sus capacidades y recibirá según sus necesidades.
A partir de la Revolución Soviética se desplegó con fervor religioso una mística: la edificación del socialismo sobre las ruinas del viejo orden, fuese el burgués o cualquiera otro.
Pues bien, George Orwell, que en su juventud abrazó tan fervorosos ideales, que lo llevaron a vincularse a las fuerzas republicanas en la Guerra Civil Española, sufrió tales desengaños, sobre todo al ver el comportamiento de los comunistas y enterarse luego de la realidad de la Unión Soviética bajo el gobierno de Stalin, que se atrevió a escribir uno de los textos fundamentales de denuncia del mito socialista: «La Granja de los Animales«.
Ahí enuncia el famoso lema que después desarrollaría Milovan Djilas en «La Nueva Clase«: «Todos los animales son iguales, pero hay unos más iguales que otros».
Orwell profundizó su visión sobre el sistema totalitario que impuso el régimen soviético en su novela de anticipación «1984«, que es una de las obras cumbres de la literatura política del siglo pasado.
El socialismo, llevado al extremo, es liberticida y totalitario. Su implantación no trae consigo el reinado de los mejores, los más generosos, los más desprendidos, los más solidarios. Más bien, exalta a los peores.
Hace unos años sufrí una grave dolencia en la columna vertebral y me puse en manos de una terapeuta rusa que en 16 sesiones resolvió mi problema. Me aplicaba técnicas de digitopuntura que aprendió en China. Y en cada sesión de cerca de una hora conversábamos o, mejor dicho, yo le seguía la corriente. Ya había caído el régimen comunista en su país y me contaba que allá sucedió lo que ocurre en una cisterna con aguas estancadas: la basura salió a flote.
En «El fin del <Homo Sovieticus>«, Svetlana Aleksiévich ilustra sobre lo que quedó de ideal del nuevo hombre que debía resultar de la edificación del socialismo. Se aplicó a narrar las microhistorias de una gran utopía, dándoles voz, como dice la presentación del libro, a cientos de damnificados: «a los humillados y a los ofendidos, a madres deportadas con sus hijos, a estalinistas irredentos a pesar del Gulag, a entusiastas de la perestroika anonadados ante el triunfo del capitalismo, a ciudadanos que plantan cara a la instauración de nuevas dictaduras…»
Annah Arendt mostró que uno de los efectos más deplorables del régimen totalitario es la destrucción de la identidad personal. No es la transformación del individuo en una entidad moralmente superior, sino su esclavización, su completa alienación, su desintegración. Así ocurrió bajo el nazismo y también en los regímenes comunistas.
Las consecuencias las estamos viendo en Cuba, en Venezuela, Corea del Norte y doquiera se instaure ese fantasma que según Marx y Engels recorría Europa a mediados del siglo XIX (vid.http://www.ula.ve/ciencias-juridicas-politicas/images/NuevaWeb/Material_Didactico/MarcosRosales/MarcosRosales/dictaduraliteratura/Arendt-Hannah-Los-Origenes-Del-Totalitarismo.pdf).
La «Colombia Humana» que nos ofrece el depravado Petro se pone de manifiesto con ominosa elocuencia en los vándalos de la «Primera Línea», que siguen los pasos de los monstruos del M-19, las Farc, el Eln y tantos otros asesinos que pueblan la historia de los movimientos comunistas en nuestro país. Eduardo Mackenzie ilustra con lujo de detalles esa trayectoria criminal en «Las Farc: la derrota de un terrorismo».
Las alternativas para Colombia en el proceso electoral venidero son simples, pero de profundas consecuencias: o se vota por la continuidad de una democracia liberal, todo lo defectuosa que parezca, o pr la instauración de un régimen totalitario y liberticida que siga los modelos de Cuba y Venezuela.
Jesús Vallejo Mejía
Publicado: julio 9 de 2021
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