Mientras que el Estado desmontó sus servicios de inteligencia para complacer a los bandidos de las Farc en La Habana, no hay que desplegar mucha ‘averiguática’ para coger a plomazo limpio al único helicóptero Black Hawk de color gris con ribetes azules que surca nuestros cielos, que es como están pintados los helicópteros que prestan servicio a la Presidencia de la República.
Lo grave del caso es que no estamos hablando de un atentado fallido, frustrado o desarticulado por las autoridades como abundan en las informaciones de la prensa, muchas veces resumidos a manera de chisme compartiendo espacio con cerriles frivolidades. No, este no fue un intento sino un auténtico atentado del que no nos estamos lamentando verdaderamente tal vez porque al tratarse de una aeronave de guerra los impactos recibidos no fueron letales, pero otro pudo ser el resultado si se tratara de un helicóptero de transporte civil.
Y ¿que tal si lo hubieran derribado? Estaríamos hablando de un presidente ileso de milagro, de un presidente mal herido o de un presidente muerto, asesinado por las narcoguerrillas que controlan medio país, fruto del falso proceso de paz con las Farc. Pero sería aún más grave el golpe a las instituciones, a la estabilidad democrática de la Nación. ¿Puede alguien imaginarse la pérdida de confianza de los colombianos en el futuro del país y el decaimiento del ánimo colectivo?
No hay duda de que el atentado del viernes en Cúcuta fue más grave de lo que se ha dicho, por eso el petrismo lo ha calificado de ‘autoatentado’ para pescar en rio revuelto al no haber logrado cumplir con su objetivo. Es el petrismo, en cabeza del senador Gustavo Bolívar —el mamporrero de Petro—, el que ha venido apoyando de frente y sin disimulo a ese nuevo grupo terrorista llamado ‘primera línea’, para quienes ha recolectado recursos económicos para ayudar a su mantenimiento y asegurar su continuidad en esta toma guerrillera nacional que aun no termina y que está en un breve receso para tomar nuevos ímpetus.
Bolívar ha llegado al extremo de donarles a estos criminales cascos, guantes, gafas de protección y, seguramente, sus ya conocidos escudos, a sabiendas de que gana con cara o con sello: de un lado, es probable que ningún juez o magistrado de la Corte Suprema vea en ese apoyo a criminales un acto de complicidad y, por tanto, no reciba castigo alguno; y, del otro, cualquier sanción o condena que le sea impuesta lo elevará a la categoría de mártir por supuestamente proteger la vida e integridad física de unos criminales juveniles que, a decir de muchos, no saben lo que hacen.
Sin embargo, cada vez son más los que opinan que ‘primera línea’ no es un grupo de boy scouts sino un verdadero grupo terrorista conformado por criminales de toda laya: milicianos de amplio recorrido, radicales experimentados, venezolanos oportunistas, vendedores de narcóticos, jefes de ollas de vicio, delincuentes de baja estofa, etc. Y la amenaza que hicieron los miembros de esta pandilla en la localidad de Suba, en Bogotá, los pone a la altura de quien ordenó el derribo del helicóptero presidencial, porque anunciar que van a atentar contra los sistemas de transporte más importantes de la ciudad, como el Transmilenio y el SITP, incluyendo a los pasajeros, es un acto demencial que los pone en la categoría de los más peligrosos delincuentes del país.
No hay que olvidar que Petro ‘sugirió’ en su Twitter no montar en «buses privatizados», lo que constituye una más de las órdenes veladas que les ha dado a sus huestes para hacer tierra arrasada con todo aquello que a su mente de dictador tropical le disgusta. Solo que esta vez ha ido más lejos, mucho más lejos. Si atentan contra buses de Transmilenio llenos de pasajeros, el Estado tendrá que responder con toda su fuerza letal, porque primero están las gentes de bien que una partida de desadaptados que pretenden incendiar el país por completo.
A muchos no les importa el plan pistola contra la Policía, con el que vienen asesinando agentes casi a diario en toda la geografía nacional. Pero ver caer pasajeros en los buses, gente del común que va a trabajar o a estudiar, es otra cosa, es otro nivel. Es el peor síntoma de una gobernabilidad extraviada por tanta coca —245.000 hectáreas según la fuente que posee los satélites y los aviones espía para escudriñar cada centímetro— y un gobierno que no parece despertar ni a plomazos.
Publicado: junio 29 de 2021
4.5
5