En el momento de escribir estas líneas Colombia batió récord en la pandemia; 31.656 casos/día y 573 fallecimientos. Pero el enajenamiento social nos tiene indolentes: ya no importan estas cifras y la soñada inmunidad de rebaño será estampida de carneros bajo el lema: ¡a quien le tocó le tocó! Un país sensato reflexionaría que hacer antes estas cifras que han llevado al colapso de nuestro sistema de salud.
Ayer teníamos ocupación de 100% en camas hospitalarias y no hay disponibilidad en UCI. Dos tumores cerebrales que están lesionando la vía óptica y pueden dejar al enfermo ciego. No los puedo hacer: no hay forma de cuidar su postquirúrgico. Qué harían ustedes si fuese un familiar a quien hay que decirle con pesar: “lo siento, no podemos”. Hace un par de semanas llegué tarde a quirófano por los trancones que ocasionan los bloqueos. Una urgencia vital: hemorragia cerebral y quería operarle en la ventana terapéutica precoz, las primeras dos horas. Un atraso de 45 minutos marca la calidad funcional del enfermo que no da espera y aumenta sus posibilidades de vida. Veo en las pupilas tristes del equipo la impotencia y el disgusto de no poder ayudar. El grupo administrativo saltando montes para conseguir la esquiva cama en UCI. Los anestesiólogos ajustándose a la nueva programación que cambia permanente. Habilitando hoteles con las pacientes menos graves y los corredores llenos de sillas mientras una cama se desocupa.
Los pacientes de la UCI tienen estancia prolongada, la rotación de camas es lenta. Todo el proceso de lucha y cuando fallecen, el protocolo de preparación para que otro ser humano llegue en condiciones precarias y con una hendija de esperanza. El personal sanitario está dejando el alma en su trabajo, su vocación esta entregada y su capacidad en el límite. Estamos cansados de hacer triage ético y de escoger por quien luchamos y a quien dejamos a merced de la historia natural de la enfermedad. Estos no son relatos de la imaginación o del realismo mágico del caribe que me acompaña. ¡NO! Son los hechos vividos por un neurocirujano sénior en las dos últimas semanas en Bogotá. Solo puede exclamar: ¡Por Dios, déjenos ayudar!
Y en esta madrugada que no aclara veo algunos titulares y encuentro la estocada que desangró mi vocación: “Toma de Bogota, 9 de junio”. La primera palabra que me viene: ¡Infames! Mi grupo quirúrgico se sorprendería con esta expresión, después de 40 años de quirófano donde me ha pasado de todo y muy pocas cosas sorprenden. Es el epitafio de la orfandad que sentimos como recurso humano en salud cuando leemos convocatoria como esa. Es una invitación para endulzar al terrorista SARS-CoV-2. Ataca por todos lados y cuando llega la fuerza pública ya no está. Solo queda la huella: 93 mil muertos 3.6 millones de contagio, como la población de Cali, la destrozada. O Bogotá, la vandalizada, en donde en la “toma” participaron el 0.4% de la población capitalina.
Surge una pregunta de sentido común: ¿a quién representan los señores de la invitación? Estos anfitriones, ¿en qué certamen democrático los eligieron? ¿hubo votación? Llevan malquerencias individuales o consensos incendiarios de grupo. Estrictamente, ¿el sector de la salud está representado.? En qué mente sensata, con esta situación que están viviendo los hospitales en Bogotá, se le ocurre este anuncio. Como una patada, echar por la borda el aforo y hacer la convocatoria delirante: “sálvese quien pueda”. Se van a dar el lujo de unir las olas 3, 4 y 5. Revolcón epidemiológico señores del paro y cultivadores del caos: “la meseta del paro”. Es una diatriba contra Colombia esta diabólica llamada. Si el clamor de la protesta incluye mejorar la salud pública, ¿es necesario crucificar más colombianos?
Hemos pedido respeto y apoyo a las políticas públicas bien intencionadas que buscan frenar el mortal ascenso de la pandemia. Pero, sobre todo, la adherencia a los protocolos y cuidar al personal que las ejecuta. ¿Qué sentirá el intensivista que expone todos los días su vida para cuidar a uno de los pacientes críticos infectados con COVID? Puede ser un familiar o un vecino. O en esta siringomielia (enfermedad donde se pierde la percepción del dolor, el enfermo se quema sin darse cuenta) solo se siente cuando es de la propia sangre.
El mundo al revés, la prudencia patas arriba, la cordura en podálica y transversalidad del compromiso social imaginaria. Los sociópatas viven en el mundo con la cabeza abajo, son impulsivos y carentes de falta de remordimiento. Disfrutan empujar el rebaño hacia la carnicería y no asumen la responsabilidad de sus actos.
Las paradojas: en una clínica de provincia, (Laura Daniel), donde respira el vallenato que oxigena los mangos de la inspiración, Carlota, luchando contra la adversidad de la COVID-19, terminó intubada su embarazo y dio luz a la vida. Un recién nacido prematuro quien en útero tuvo sufrimiento fetal agudo y superó dos paros respiratorios. Vaya ejemplo de longanimidad. Y unos “representantes” de las mayorías sumisas abren las puertas trágicas de las corralejas para que los cachos del SARS.CoV-2 atropellen a los colombianos.
En Bogotá no hay una sola cama en cuidado intensivo. Una urgencia vital no se puede resolver. ¿Están satisfechos esos individuos que con la violencia premeditada han colapsado el sistema de salud? Por cierto, los alcaldes constitucionalmente jefes de policía de los municipios de las tres ciudades más importantes de Colombia, ¿dónde andan?
¡No hay derecho!
Publicado: junio 11 de 2021
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