Basta hacer un revisión sencilla y rápida de todos los intentos que el socialcomunismo y el terrorismo ha hecho para silenciar a Uribe y se concluirá que efectivamente él es el muro de contención que les ha impedido hacer de las suyas en Colombia.
Tanto empecinamiento no es gratuito. El odio hacia él tiene un origen evidente: su intransigencia frente a todos los elementos que atentan contra la democracia y la libertad de Colombia.
Desde 1988, Uribe tiene protección del Estado. Aquel año sufrió un primer intento de asesinato, mientras se encontraba en su finca ubicada en el departamento de Córdoba. Como senador, gobernador de Antioquia y como candidato presidencial, los terroristas trataron de acabar con su vida en más de 20 oportunidades.
Siendo presidente de la República, las Farc y el narcotráfico -que al final del día son una misma cosa- llegaron a extremos inauditos, como la instalación de una casa bomba en la cabecera de la pista del aeropuerto de la ciudad de Neiva con el propósito de hacerla violar mientras el avión presidencial aterrizaba en aquel lugar.
El país recuerda que las Farc “recibieron” el gobierno de Uribe con morteros artesanales que lanzaron desde un barrio ubicado a pocas cuadras del Capitolio nacional y de la Casa de Nariño.
El neocomunismo, de naturaleza perversa y criminal, tiene paciencia. Sus cabecillas, conscientes de que no es fácil asesinar al expresidente -por cuenta del robusto esquema de seguridad que lo acompaña- se dieron a la tarea de liquidarlo moralmente. Ahí surgieron los procesos penales en su contra, erigidos sobre testimonios falaces generosamente retribuidos desde las arcas de ONG adscritas a la extrema izquierda.
Abundan los medios de comunicación tradicionales que se han prestado para la persecución contra el presidente Uribe y el uribismo en general. Están los casos de El Espectador y Caracol TV, que parecen aparatos de propaganda al servicio del socialcomunismo. Además de desinformar, de difundir mentiras y de expandir infamias, tendieron una suerte de ‘cordón sanitario’ donde las voces y opiniones del uribismo son totalmente silenciadas.
Las redes sociales son un mecanismo que en teoría sirven para propagar la democracia. Pero en los últimos meses, en virtud de muchas decisiones adoptadas por los consejos directivos de las mismas, ha quedado manifiestamente expuesto el doble racero que hay en ellas.
En el caso puntual colombiano, Gustavo Petro, desde la comodidad de su casa y valiéndose de su cuenta de Twitter -con 4.2 millones de seguidores- ha estimulado el odio. El efecto inmediato ha sido la violencia que se registra en distintos puntos de la geografía nacional, dejando muertos y heridos. ¿Qué ha hecho Twitter para impedirlo? Nada. Ni una sola llamada de atención.
Pero en cambio, cuando el presidente Uribe invoca el orden y pide la intervención de las fuerzas legítimas para efectos de proteger la vida de millones de colombianos aterrorizados por los desmanes de los vándalos y terroristas, esa red social procede censurándolo.
Y los alevosos seguidores de Petro, que sienten que la victoria está rondándolos, literalmente están envalentonados. Como dicen los españoles, ¡van a por todo!
Ahora se la juegan a fondo para que Twitter haga con el expresidente Uribe lo mismo que en su momento hizo con el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump: cancelarle su cuenta.
Curiosa visión que los seguidores de Petro tienen de la democracia y de la libertad de expresión. Al fin y al cabo, son neocomunistas y como tales su pensamiento riñe con el código de libertades humanas. Lo de ellos es el pensamiento y el partido único, la disciplina para perros, el fanatismo.
La censura es un principio rector de esas gentes. Uno de los chiflamicas de Petro, el senador girardoteño Gustavo Bolívar, por ejemplo, tiene en su mira a la revista Semana, medio que ya está condenado por no marchar al ritmo que impone la denominada Colombia Humana.
El tiempo dirá si logran su cometido. La extrema izquierda cumple 35 años intentando callar a Uribe. No se han rendido, pero él -Uribe- tampoco.
Publicado: mayo 11 de 2021
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