Donde fue el punto de quiebre que produjo el cortocircuito del comportamiento. Miremos estas contradicciones: nos quejamos del sistema de salud y aparece una propuesta de reforma. Se bombardea desde todos los ángulos e incluso con noticias y argumentos falsos. Se creó un ambiente tenso alrededor y aparecen hechos luctuosos como estos: una beba prematura murió por atención tardía, los suministros y medicamentos escasean y se bloquea el paso de los transportadores que llevan estos valiosos insumos de alto contenido social. ¡Qué reforma va a nacer si perdimos el derecho primario: el humanitario!
Otra: hay 43% de colombianos pobres y tener 21 millones de colombianos por debajo de esta línea hace llorar el cielo desde la tribuna de la equidad. Sin embargo, no nos interesa que cada día del paro nos cuesta 484.000 millones pesos. Y en forma inmisericorde se destruye locales comerciales, entidades bancarias, supermercados. ¿Como se abre la economía si no hay empleos y obligan a cerrar a quienes lo generan? ¡Como pedirles resiliencia a sectores como el agrícola e industrial con pérdidas promedio de cerca de 2 billones!
Los transportadores han perdido 1.2 billones de pesos por el paro y nos callamos, aunque los nutrientes para el alma y el cuerpo no llegan. La desnutrición en el país tiene cifras alarmantes, alcanza cerca del 20% de los colombianos y hay un 15% de cerebros de nuestros niños que siempre estarán enflaquecidos. Y la comida hay que botarla: ríos de leche y 8 mil toneladas de pollos. Un vaso de leche entera de 200 mililitros aporta 116 calorías y pensar que hubo que derramarla. Nuestros campos han perdido cerca de un billón de pesos por el paro. Más empobrecimiento para la Colombia rural la de los campesinos de mirada ingenua y corazón resignado. Se fue la ternura con las marchas y no hacemos ni pio: 400 mil pollitos muertos y 30 millones en riesgo por falta de concentrados. ¿Dónde está la sentencia de la seguridad alimentaria cuando el 10.8% de los niños colombianos sufren de desnutrición crónica?
La protesta social, derecho fundamental. Que se defienda, respete y las calles el escenario donde la ciudadanía se exprese. Pero nos pasamos por la faja otros derechos. Con premeditación se ultraja, ofende y provoca a nuestra fuerza pública. Se diseñan estrategias macabras para incinerar a 6 de ellos que solo cumplían con su deber de proteger la vida, honra y bienes de los colombianos. El odio en carne viva: ¡quemar a los compatriotas que nos cuidan! Como se acopla en nuestro cerebro el derecho fundamental de la protesta cuando se siente amenazado el de la seguridad, el de la paz. ¡Desde la amígdala del lóbulo temporal surge con fuerza el instinto de supervivencia!
Extendamos nuestras contradicciones. La población indígena es el 2% de la población colombiana y son propietarios del 25% de nuestras tierras (29.8 millones de hectáreas (ANT). Por otra parte, un millón de campesinos tienen un espacio donde vivir menor que el área donde pasta una vaca. Sin embargo, nuestros mercados campesinos recogen la producción de lo que siembran y nos alimentan sus cosechas. Qué bueno sería para las regiones alrededor de los pueblos indígenas que sean estos proveedores de bienes que genere economía para el resguardo y bienestar compartido a la región donde están localizados. El camino de la igualdad debe partir con el mismo banderazo.
Que decir de las marchas. Se calcula que han participado alrededor de 250 mil colombianos (0.5%) de la población y dentro de esos hay unos antisociales que tienen arrinconados a 99.5% de la población colombiana. En ese grupo hay una minoría amoral, asalariados, vándalos y terroristas que han atentado contra el bienestar social del colectivo en forma inescrupulosa. Si claro, los buenos somos más. Es el estribillo del consuelo. ¡Pero no hacemos nada! La violencia esta enraizada y su pocilga venenosa cavó los otros derechos fundamentales que se resumen en dos palabras: vivir dignamente.
Y sigo explorando el cerebro de los colombianos, el de las contradicciones. El lenguaje, una de las áreas de la inteligencia superior que caracteriza nuestra especie tiene el más hermoso diccionario, las palabras. Y quienes lo han cultivado con vocación y estudio, los comunicadores, le han colocado sublimes adornos. Ese valioso don lo utilizan algunos para que la artillera de la destrucción se prepare: califican la figura presidencial como estúpido, inepto y lo comparan a una marioneta. La insolencia de las palabras con irrespeto hacia la dignidad presidencial. Estas palabras no son los argumentos para criticar una gestión o una decisión. Que diferente que nuestros comunicadores fueran los mensajeros de la paz y sus frases llegaran a las neuronas espejo que los ciudadanos imitaran.
El estatus epiléptico es una emergencia neurológica y tiene una mortalidad global de cerca del 20%. Son crisis convulsivas, una tras otra, sin parar. No hay recuperación del paciente entre los ataques, permanece inconsciente. Y pensar que el origen de los ataques es en muchas ocasiones un foco aberrante o ectópico que descarga y altera toda la normal actividad eléctrica del cerebro. Es el responsable del cortocircuito, el de las contradicciones. Se trata la emergencia, es la prioridad. La solución definitiva es retirar el foco. El país está en estado epiléptico, pero mientras no erradique la bombilla de las contradicciones estaremos expuestos a que vuelvan las crisis convulsivas que mantienen sin vida sus sueños.
Publicado: mayo 21 de 2021
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