No otro calificativo merece lo que está sucediendo entre nosotros en estos días aciagos.
La movilización ordenada por el Comité de Paro y los políticos que parecen controlarlo no solo es ilegal por donde se la mire, sino profundamente inmoral.
En efecto, sólo a mentes demasiado perversas puede ocurrírseles que, en medio de una pandemia de las dimensiones que la que desde hace más de un año venimos padeciendo y de la crisis económica que la misma ha suscitado, se promueva un sinfín de desórdenes que han desarticulado el aparato productivo del país, con lo que eso conlleva en términos de pérdidas económicas, cierre de empresas, desempleo, desabastecimiento de las comunidades, destrucción de infraestructura y, en últimas, hambre en centenares de miles de familias.
Parece que a tales desalmados sólo les interesa agudizar los conflictos para que la situación del país empeore, dentro de la lógica según la cual «en río revuelto, ganancia de pescadores».
Pero, ¿qué resultados obtendrían de su empeño declarado de doblegar al presidente Duque, enervar su gobierno e, incluso, obligarlo a abandonar el poder?
Ellos estimulan una indisciplina social proclive a la anarquía que se volvería en su contra si por desventura lograsen realizar sus proditorios cometidos.
Es escandaloso que en esta campaña infame participe Fecode, organización que agrupa a los educadores del sector público. ¿Qué ejemplo les dan de ese modo a sus educandos?
He ahí uno de los más deplorables ingredientes de la crisis de nuestra sociedad. El maestro no es ya el otrora respetable educador de la niñez, la adolescencia y la juventud, sino un adoctrinador que les inculca ideas disolventes e incita a rebelarse contra la autoridad legítimamente establecida. Llama la atención que hoy se considere que en virtud de la separación de la Iglesia y el Estado que consagró desde 1991 la Constitución Política la enseñanza y los símbolos religiosos deben proscribirse en el sistema educativo oficial, pero en cambio tengamos que tolerar que se imponga el pensamiento único de una ideología totalitaria y liberticida que ya ha envenenado la mente de varias generaciones de nuestros compatriotas. Defender en la escuela los valores patrios es objeto de severa proscripción; no lo es, en cambio, aplicarse a corromper a las nuevas generaciones valiéndose de la autoridad que de suyo rodea a los maestros.
Unos dirigentes sindicales que disfrutan de prebendas a las que sólo tienen acceso las capas más adineradas de la sociedad se aplican a servir los apetitos de políticos oportunistas, olvidando el gravísimo perjuicio que les están ocasionando a las masas trabajadoras que tienen que esforzarse cada día para el sustento de sus hogares. Los que ahora encuentren sin surtido los anaqueles de tiendas y mercados, o tengan que sufrir la carestía derivada de la escasez, deben reflexionar acerca de quiénes son los causantes de sus dificultades. No son las autoridades, que quieren que haya orden, sino esos agitadores que atentan contra el mismo.
En momentos en que las dificultades deberían convocar a la unidad de todos los estamentos sociales para superar la pandemia y la crisis producida por ella, unos sinvergüenzas que se autoadjudican la vocería del pueblo agudizan las contradicciones para así empeorar una situación que de por sí ya es procelosa a más no poder.
Bueno es mirar las peticiones del Comité de Paro, a fin de darse cuenta de que ellas no están pensadas en beneficio de los trabajadores y estudiantes a quienes dicen representar sus miembros, sino de intereses oscuros de políticos extremistas, narcotraficantes y revolucionarios enardecidos por sus delirios ideológicos.
Como le respondí a un periodista que pidió mi opinión sobre lo que está ocurriendo, me niego a aceptar que un movimiento que dice dar satisfacción a las demandas de los jóvenes centre sus objetivos en la defensa de los cultivos de coca y, por ende, en los intereses del narcotráfico. ¿Así de corrompidos estamos?
Jesús Vallejo Mejía
Publicado: junio 1 de 2021
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