¿Qué es lo que está mal en el País? Creo que esa es una de las preguntas que más nos hacemos en Colombia. Algunos dirán la inequidad en la repartición de la riqueza, otros la falta de oportunidades y también habrá quienes enfoquen el problema en la droga. Claro, todos son factores determinantes para entender nuestra realidad, pero sinceramente considero que la falta de tolerancia es un elemento transversal que siempre hemos sufrido y nos ha costado mucho dolor.
Aunque nos duela aceptarlo, Colombia es un País históricamente violento. La unión que en un principio tuvimos para luchar por la independencia rápidamente se fragmentó ante la incapacidad de lograr un acuerdo sobre cómo organizar el Estado.
Vivimos la mayor parte del siglo XIX afrontando guerras civiles y el breve periodo de calma que tuvimos a inicios del siglo XX llegó a su fin con un nuevo estallido de la violencia política. No importa si la discusión es entre centralistas y federalistas, liberales y conservadores o derecha e izquierda, la historia parece siempre repetirse y la razón es una sola: no podemos debatir en paz.
Porque claro, para una coyuntura puntual se podrían buscar otros pretextos, pero lo que pasa en nuestro territorio es sistemático y no se limita al ámbito político. No en vano las estadísticas han marcado que el día de la madre es donde más riñas se presentan y gran parte de los casos de violencia intrafamiliar tienen su detonante en la incapacidad de tolerar la posición del otro.
En vez de intercambiar argumentos en calma pareciera que tuviéramos un instinto automático para descalificar al interlocutor, para atacarlo vorazmente sin importar las consecuencias de ello. No entendemos que el País nos pertenece a todos y que esa falta de respeto nos destruye de a poco.
Es tan crítica la situación, que las redes sociales se convirtieron en uno de los ambientes más tóxicos posibles. Insultos van e insultos vienen. Las razones son absorbidas por las emociones y nadie pareciera preocuparse por construir consensos. Lo importante es aumentar el número de seguidores e interacciones y paradójicamente entre más destructivo sea el comentario, mayor receptividad tiene.
Los periodistas no son ajenos a esta realidad. Tienen la responsabilidad de informar y también el derecho a expresar sus opiniones. Pero es inentendible que por pensar diferente terminen siendo amenazados o, peor aún, que sean sus familias quienes reciban las agresiones.
Por ejemplo, ¿por qué carajos se tienen que meter con la hija de Karla Arcila? Si están en desacuerdo con sus posiciones, perfecto, no las lean o debatan con altura, pero trasladar el odio intolerante frente a Karla a insultos contra sus seres queridos es un acto mezquino que debe ser reprochado con vehemencia.
Acabar con esa dañina intolerancia que tanta violencia nos ha causado no será un proceso fácil. Seguramente tardará décadas y aún habrá cosas por hacer. Sin embargo, tenemos que comenzar desde ya para ver si algún día podemos sentarnos en una mesa, todas las posiciones, sin terminar matándonos entre nosotros. Por Colombia vale la pena hacer el esfuerzo.
Publicado: mayo 14 de 2021
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