El costo de la ambigüedad

El costo de la ambigüedad

La tibieza es la marca de Sergio Fajardo, un político que difícilmente fija una posición. En el único aspecto que ha sido axiomáticamente contundente desde que perdió en las elecciones de 2018, es respecto de su sólida alianza con los sectores más cuestionables del santismo.

Lugares comunes y posiciones débiles frente a las problemáticas nacionales. Jamás ha expuesto ni liderado una política clara, yéndose siempre por el camino del medio, creyendo que esa es la solución a la polarización política.

Hay que decirlo una vez más: la vida en democracia implica que haya polarización. De eso se trata la libertad. Que unos y otros hagan propuestas, antagonicen, discutan, se enfrenten. La política despierta pasiones y estimula el paroxismo. En Colombia y en cualquier país democrático.

Quienes llaman al fin de la polarización, en el fondo están proponiendo que no se lleve a cabo la sana controversia de las ideas.  

Lo anterior no significa, ni mucho menos, que se deban tolerar los crímenes cometidos por los socialcomunistas comandados por Gustavo Petro. Eso no es política; es terrorismo.

Los ciudadanos esperan de sus dirigentes, sobre todo en momentos de dificultad, posiciones inequívocas. Fajardo, por temor o por carencia de iniciativas concretas, tambalea; dice y se desdice al mismo tiempo.

No en vano, Churchill pregonaba que en política las actitudes son más valiosas que las aptitudes. Sería de una imperdonable terquedad desconocer o despreciar la formación de Fajardo, pero no estamos en un concurso de méritos académicos sino en una competencia política en la que se definirá nada menos que la vigencia de los valores republicanos de Colombia, gravemente amenazados por una corriente neocomunista que hace uso de la violencia como vehículo para acceder al poder.

Los ciudadanos castigan severamente la falta de carácter. El mejor ejemplo es el desplome de Fajardo en las encuestas. Aunque aún falta mucho tiempo para que tenga lugar la primera vuelta, los sondeos que aparecen publicados reflejan el marchitamiento de su candidatura.

Petro se consolida con el 25% de intención de voto. Ese porcentaje, permite prever que tiene asegurado el pase a la segunda vuelta. El otro cupo, seguramente le corresponderá a alguno de los hoy precandidatos de la coalición que defiende los valores de la democracia liberal. Muchos se preguntan quién será esa persona.

Pero más importante que un nombre, es la propuesta política. No se trata de plantear una interminable lista de promesas, sino de proponer el mecanismo que se implementará para llevar a cabo los ajustes institucionales que demanda la nación.

El Salvador, carcomido por la corrupción, la violencia y el narcotráfico, la clase política estaba radicalmente desprestigiada por cuenta de su incapacidad para implementar los cambios que se demandan para eleestablecimiento de un Estado de Derecho en ese martirizada nación.

Un empresario, que gozaba de respeto por su liderazgo en el sector privado, alzó la voz. Invitó a que sus connacionales se concentraran en la priorización de las necesidades. Tenía para mostrar el éxito observado como alcalde de San Salvador, donde en pocos meses literalmente le cambió el rostro a la ciudad, empezando por la diminución de los índices de violencia. Las tristemente célebres ‘maras’ se encontraron con un alcalde implacable al que no le tembló el pulso para imponer su autoridad.

Ese es Nayib Bukele, un joven dirigente barrió en las presidenciales de 2019. Convocó a los ciudadanos a través de un catálogo de políticas sensato, donde primaba el sentido común y el pragmatismo. Sin ambigüedades ni lugares comunes.

Hoy por hoy, Bukele es, de lejos, el mandatario más popular de la historia reciente salvadoreña y se ha convertido en un líder centroamericano al que le tienen sin cuidado las majaderías que puedan decir las ONG y los organismos internacionales que, curiosamente, parecieran subsumidos por las estructuras mafiosas inexorablemente castigadas por su gobierno.

En 2002, Uribe salvó a Colombia con un discurso de autoridad como base para el progreso. Hoy, teniendo en consideración que las circunstancias sociales han cambiado, se requiere un programa que le devuelva el orden al país y, evidentemente, el de Sergio Fajardo no llena las expectativas de los colombianos.

@IrreverentesCol

Publicado: mayo 20 de 2021

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