En los últimos días nos hemos despertado con las más tristes y dolorosas noticias al ver que en las calles de las ciudades de nuestro país, una ola de violencia con raíces en el inconformidad social enluta con muertos y heridos a muchas familias colombianas.
Nuestro enemigo invisible, el COVID-19 ha pasado a un segundo plano y la violencia ha ganado un espacio como mecanismo de desestabilización por parte de grupos criminales para afectar la vida, bienes y honra de todos ciudadanos.
También hay que reconocer que miles de jóvenes, estudiantes, mujeres, organizaciones cívicas y sociales de todas las edades y condiciones han participado del derecho a la protesta de manera pacífica.
Aún así, el ambiente de violencia ha generado una indeseable confrontación que ha llevado a muchos ciudadanos a atacar a la fuerza pública y de manera desafortunada a algunos de sus miembros, a cometer excesos que también deben rechazarse y condenarse; 306 civiles y 585 policías heridos, además de 20 muertes entre ellos un capitán de la policía, solo generan dolor de país.
Hemos visto enfrentamientos en las calles, 59 establecimientos comerciales y 254 comercios saqueados, 43 CAI vandalizados y 21 CAI destruidos, 94 sedes bancarias, 36 cajeros automáticos, 18 peajes, 69 estaciones de transporte atacadas. Solo en Bogotá 800 buses de Transmilenio han sido vandalizados sometiendo a los ciudadanos a buscar otros medios de transporte para llegar a sus hogares.
Estos momentos difíciles nacen de una inoportuna reforma tributaria a la que me opuse, igual que a la reforma tributaria que en 2020 presentó la alcaldesa de Bogotá y sobre la que hice una ponencia negativa, porque también afectaba de manera directa el bolsillo de los ciudadanos.
En medio de una pandemia los ciudadanos exigen a gritos oportunidades, empleo, ayudas e ingresos dignos y esperan de los gobiernos su apoyo y respaldo y no el saqueo de sus recursos mediante reformas tributarias.
Si bien la reforma tributaria fue retirada de manera tardía, -pese a que la inconformidad continúa-, este fue el inicio de un diálogo; es momento ahora de no incendiar más nuestro país a través de las redes sociales y de hacer una pausa y una reflexión para definir lo que más le conviene al país.
No podemos seguir permitiendo que se dañen bienes públicos ni privados, ni que se afecte la generación honrada de ingresos en cientos de comercios de Colombia que hacen un gran esfuerzo para sobrevivir a la pandemia.
No podemos permitir el desabastecimiento alimentario, ni los bloqueos viales para que las personas se puedan dirigir a sus trabajos y a sus hogares.
No se nos puede olvidar que la salud sigue amenazada. No hemos superado la pandemia del COVID 19, las UCIs siguen por encima del 90% y la continuidad indefinida del paro arriesga la vida e integridad tanto de quienes están en las protestas como de quienes no lo están.
El enemigo invisible, el COVID 19 sigue vivo y no lo hemos podido derrotar. El mismo programa de vacunación ha sido suspendido en Bogotá por la imposibilidad de su aplicación ante los actos violentos que bloquean la movilidad y que siguen rodeando el paro nacional.
Debemos dejar de manchar de sangre nuestra historia y llegar a un punto de equilibrio que nos permita retomar el camino. Hoy necesitamos un gran consenso nacional al que confluyan todos los líderes políticos y los diversos sectores sociales para llamar a la calma y al desescalamiento de los ánimos y la confrontación.
Hago un llamado a la calma, al diálogo y a trabajar de manera conjunta para encontrar un propósito común, que recoja el sentir y dolor ciudadano y sus necesidades de justicia social.
Por eso les digo, ¡COLOMBIA NOS NECESITA !
Publicado: mayo 16 de 2021
3.5