El expresidente Juan Manuel Santos está nervioso y no lo culpo. Después de cuatro años de que el país se enterara por boca del excongresista Otto Bula de la entrada de dineros a la campaña para la reelección y la del congreso, la justicia está dando señales de vida. A Santos después de capotear la situación ignorando, señalando a otros y bautizando a su gobierno y a sus ministras como impolutas, le llegó el momento de responder.
El panorama de impunidad cambió súbitamente porque, también después de mucho tiempo, Bernardo José, “El Ñoño” Elías, finalmente tuvo la oportunidad de contarle a la justicia todo lo que sabe sobre las circunstancias de modo, tiempo y lugar de la entrega de recursos para que Santos le pudiera robar la presidencia a Oscar Iván Zuluaga. A ese robo se le debe la cadena de desgracias para Colombia que sucedieron durante la presidencia de Santos. Si Juhampa, como cariñosamente le llaman, no hubiese llegado por segunda vez al Palacio de Nariño, el resultado de las negociaciones con las FARC habría cambiado de rumbo. Lo más seguro es que el doctor Zuluaga y el partido que lo eligió jamás hubiese permitido afrentas a la justicia como la creación de la JEP y la elegibilidad política con curules gratis para los máximos responsables de delitos de lesa humanidad. ¡Jamás lo hubiésemos permitido!
Tampoco se hubiesen vaciado las arcas estatales para comprar las consciencias de funcionarios y de periodistas y así sacar adelante un acuerdo que no pudo refrendar en las urnas cuando ganó el No en el Plebiscito. Tampoco estaríamos presenciando la revictimización de las víctimas del grupo narcoterrorista al negarles las mismas oportunidades que tienen sus victimarios, al invisibilizarlas y al obligarlas a esconderse por temor a ser asesinadas.
Si Santos no se hubiera robado la presidencia tampoco estaríamos ante una sociedad manipulada a través de los medios de comunicación que comenzaron a adorar a los malos de la historia mientras atacan sin piedad a un Fuerza Pública que, como institución, siempre ha sido respetuosa y defensora de la Constitución Nacional. Si esa manipulación de las jóvenes mentes no existiera tampoco estaríamos frente a la posibilidad real de caer en las garras de un gobierno afecto a los regímenes de Cuba y Venezuela. Porque si un joven puede defender a las Farc, con más razón lo hace con Petro que también levantó un arma contra el pueblo colombiano antes de que ellos tuvieran uso de razón o de memoria. No olvidemos tampoco que Juan Manuel Santos agradeció profusamente al entonces alcalde Petro por todo su trabajo para ayudarlo a reelegirse, episodio que pasó de agache en la Procuraduría General de la Nación porque con Santos se normalizó lo anormal.
Si Santos no se reelige y no saca adelante el espurio proceso de paz tampoco hubiese recibido el Nobel de Paz. Ese Nobel le cayó como anillo al dedo la semana inmediatamente después de haber perdido el Plebiscito. Porque logró venderle a toda la comunidad internacional la mentira de que su proceso era virtuoso y que le había tocado luchar contra toda una sociedad que deseaba seguir en guerra. Porque así nos llamó en varias oportunidades a los que reclamábamos una paz sin impunidad, “guerreristas”, y de esa manera logró venderle la idea a los jóvenes de que el uribismo era criminal.
Lo que sucedió con Odebrecht y Santos no fue un simple acto de corrupción como pudo ocurrir en otros países, donde a propósito si han respondido los responsables, sino que fue un viraje en la historia de Colombia que la llevó a la más profunda polarización política y al riesgo de volcarse hacia una izquierda patrocinadora del negocio de las drogas. Odebrecht cambió el destino del país al patrocinar el robo del siglo porque esa presidencia era de Zuluaga. Juan Manuel Santos lo mínimo que debería hacer, si tuviese algo de dignidad, sería devolver el Nobel.
Publicado: febrero 28 de 2021
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