Cataluña era la locomotora de España, hoy es la hija calavera. Una generación de catalanes fanatizados por la ambición independentista, exponentes de un nacionalismo decimonónico, la están estrangulando.
Desde el “referéndum de independencia” de octubre de 2017, la comunidad catalana es 24 mil millones de euros más pobre (con referencia a la evolución del PIB). El procés (la campaña independentista) ha sido más costoso en términos de pobreza que la plaga del COVID.
Tan evidentes son los estragos del independentismo, que ya hace años la comunidad de Madrid igualó a Cataluña en contribución al PIB estatal, la pasó y ha ido ahondando distancias. Madrid crece mucho más rápido que Cataluña. Basta comparar las cifras en inversión extranjera para saber quién va a ser la rica y quién la pobre, sin importar que “haya vendido a crédito o haya vendido al contado”.
Los resultados de las elecciones del pasado domingo muestran, en palabras de Cayetana Álvarez de Toledo, dirigente del PP, que Cataluña es hoy “una sociedad devastada moral, política y culturalmente”. Los ciudadanos revalidaron con su voto, dice, a los gestores de la pandemia y del procés. Efectivamente, dos de los tres partidos mayoritarios, Esquerra Republicana (33 curules) y Junts per Cataluña (32 curules), representan un independentismo obtuso; y el partido mas votado, el Partido Socialista Catalán (33 curules), hace un juego hipócrita. Aunque no se define como independentista extremo, tampoco defiende con energía la idea de que la Constitución española “se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles”.
Para completar el azaroso panorama político catalán, otros dos partidos radicales de izquierda y separatistas obtuvieron curules: CUP (9) y Podemos (8).
Entre los partidos constitucionalistas, solo VOX presentó un balance positivo. Entró por primera vez al parlamento, con una bancada de once (11) miembros. ¡Una verdadera proeza! La campaña de VOX fue estoica, sus dirigentes soportaron los ataques más violentos, se les hostigó con insultos y piedras. La extrema izquierda y los nacionalistas quisieron someterlos al llamado “cerco sanitario”, que consiste en tirarles piedra en las calles y someterlos al silencio absoluto en los medios de comunicación. Un deleznable acoso que riñe con los elementalísimos principios de la democracia.
Los otros dos partidos del centro derecha sufrieron una paliza: Ciudadanos, la votación mayoritaria en 2017 (36 curules), obtuvo ahora míseros seis escaños. Y el PP, casi que desapareció: logró tres asientos.
El presidente de VOX, Santiago Abascal, no hizo alarde de su superioridad electoral. “No nos dejaremos llevar por la euforia, dijo, es un mal resultado para España”.
Los analistas han tenido que recurrir a la palabra Sorpasso -un italianismo que indica que un partido minoritario adelantó a otro en las elecciones-, para describir la situación del Partido Popular y de Ciudadanos frente a VOX. Abascal e Ignacio Garriga, cabeza de la lista de candidatos de VOX, no quisieron referirse a la derrota de esos partidos. Ellos no son el enemigo, dijeron; a quienes enfrentamos es a los social-comunistas y al separatismo.
Garriga, de apenas 33 años, odontólogo, catedrático, hijo de una profesional senegalesa, ha sido objeto de los peores insultos racistas. Nunca se alteró. Recibió, impávido, una lluvia de huevos y tomates con que lo recibían, ante la mirada indiferente (o cómplice) de la policía catalana, adscrita al gobierno independentista.
Con el resultado electoral del domingo, millones de catalanes, esperanzados con que pronto ha de cesar la tenebrosa noche separatista, ponen su fe en las figuras de Garriga y Abascal, unos líderes que no se ruborizan cuando hacen ondear en Barcelona la bandera de España, u oyen con respeto la notas de su himno que nunca entonan porque, como se sabe, el de España es uno de los pocos himnos del mundo que no tiene letra.
Publicado: febrero 17 de 2021
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