No es de menor cuantía el desafío al que se enfrenta la coalición que se está conformando de cara a las elecciones presidenciales del año entrante.
Son muchos los nombres que están en la baraja, pero el problema del momento no son las precandidaturas, ni la identificación del mecanismo de elección del candidato.
Lo que se requiere es el planteamiento serio y cierto de la agenda con las soluciones que necesita la gente.
Por cuenta de la pandemia, Colombia se ha empobrecido aceleradamente. La clase media, los pequeños y medianos propietarios, han sufrido en carne propia los estragos materiales que ha dejado a su paso el coronavirus.
El descreimiento ciudadano frente a las instituciones es palmario. Quienes han visto una disminución en su calidad de vida necesitan de alternativas sensatas y aplicables en el corto y mediano plazo.
Esto no es cuestión de discursos, ni de planteamientos académicos, ni mucho menos de anuncios gaseosos.
La gente está esperando que quienes ejercen la dirección política y quienes aspiran a relevar al presidente Duque en el gobierno presenten el paquete de soluciones, con el respectivo cronograma y el plan para su implementación.
Por eso, los asuntos de la mecánica política como los pulsos por las listas al Congreso de la República y la lucha por la candidatura presidencial, pasan a un segundo plano.
Además de enviar un mensaje equivocado, las personas que ejercen liderazgo están en el deber de anteponer las necesidades reales -y gigantescas- que tiene la sociedad, a sus intereses y ambiciones personales.
La reciente encuesta del denominado Pulso País permite observar un panorama sombrío. Al hacer una lectura ponderada de dicha medición se concluye un descontento -y posiblemente rabia- de la opinión frente a las instituciones.
En los momentos críticos, las sociedades afincan las esperanzas de recuperación en el poder del Estado. Al fin y al cabo, quienes integran las instituciones son personas a las que el constituyente primario les delegó la responsabilidad de administrar y de crear el marco normativo por el que debe marchar la nación entera.
El descreimiento frente a la clase política tradicional es creciente y, al parecer, irreversible. La fidelidad ciudadana a las estructuras partidistas sufre de una atonía preocupante. La carencia de colectividades partidistas sólidas, es caldo de cultivo para el surgimiento de fenómenos populistas como es el caso de Gustavo Petro.
Flaco favor están haciendo los aspirantes que defienden el modelo de libertades y de democracia que ha imperado en Colombia, al estar ocupando parte de su tiempo -en algunos casos es la mayoría del mismo- en la discusión de temas mecánicos, casi que de menudeo político, cuando deberían estar concentrados única y exclusivamente en la promoción y acompañamiento de las medidas que se necesitan para sacar al país de la crisis económica, de salud pública y social que se sufre desde el mismo instante en que se descubrió el primer caso de coronavirus, hace cerca de un año.
Grandeza. Ese es el nombre del juego. Bueno sería ver a todos los líderes de la coalición unidos, trabajando en las soluciones que demanda el pueblo colombiano, y no resguardados en sus respectivos directorios, lápiz en mano haciendo cuentas y cálculos respecto de sus posibilidades electorales personalísimas en 2022.
Publicado: febrero 24 de 2021
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