Farc, miles de secuestros en la impunidad

Farc, miles de secuestros en la impunidad

Las Farc cambiaron de nombre porque les pudo más el sentido común que el cinismo. Comprendieron que su sigla, por más que le colgaran otro significado, es un pesadísimo lastre que le impide a los colombianos de mala memoria absolverlos y apoyar sus iniciativas por beneficiosas que parezcan. Y hablo de los de mala memoria porque los que tenemos mejor ese músculo no podemos perdonarlos ni apoyarlos así se autodenominen como las «hermanitas descalzas», pues no aceptamos que sus crímenes queden impunes como se acordó en ese largo aquelarre de La Habana.

Era preferible que se siguieran llamando Farc (Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común) a pesar de la indignación de muchos que consideraban una afrenta a las víctimas el mantener esa denominación. Al preservar la sigla se aseguraba que la gente tuviera claro el trasfondo de esa colectividad y su aterrador pasado criminal, negándoles el voto. Pero ahora muchos les van a perder el rastro y van a ver en los tales «Comunes» a gente común y corriente, por lo que es perentorio no caer en ese juego y seguir llamándolos Farc para que nadie se confunda.

Porque ese es el verbo que se quiere conjugar ahora: confundir. La Justicia Especial para la Paz (JEP) pretende aparentar que ahora sí va a impartir justicia y a poner a las víctimas por encima de sus victimarios, por lo que su nuevo presidente, el magistrado Eduardo Cifuentes, ha decidido cambiar de rol e interpretar un papel muy distinto al de su antecesora Patricia Linares, a la que solo le faltó ponerse una malla y agarrar pompones para fungir de bastonera de los terroristas.

Pero Cifuentes no nos va a confundir a todos ni por todo el tiempo, pues si bien ha acusado a todo el Secretariado de las Farc por el tema del secuestro, la única verdad es que todo este tinglado está arreglado para que al final los cabecillas de las Farc sean «condenados» a penas simbólicas y a cumplir una artificiosa restricción de movimientos no pudiendo salir de Bogotá, por ejemplo. Pero podrán mantener sus curules en el Congreso, contratar con el Estado y hacer política en pos de cargos de elección popular. O sea, todo seguirá igual, o mejorará para ellos, que es el objetivo. De hecho, ya dice este magistrado que esta imputación deja sin argumentos a los enemigos de la paz. No obstante, el argumento es el mismo, es la impunidad, señor.

Porque Cifuentes podrá engañar a muchos con su cara de fingida indignación, pero el objeto de esto no es otro que imponer condenas simuladas para alejar el fantasma de la Corte Penal Internacional, que si mucho podrá alegar que las penas fueron demasiado simbólicas en comparación tan solo con el número de secuestros. Es que, en verdad, hay que ser tan caradura como Juan Manuel Santos para aceptar que se queden en la impunidad los miles de secuestros cometidos por un grupo de hampones que estaban derrotados y a quienes se les revivió mediante una negociación espuria vendiéndonos el cuento de que nos hacían el favor de concedernos la gracia de «la paz», cosa que tampoco se consiguió porque ahí quedaron sus plantíos de coca y sus disidencias.

Ningún país del mundo perdonaría tan siquiera mil secuestros de civiles, y menos en el grado de abyección al que se llegó en Colombia. Por eso, la sanción por cometer 21.396 secuestros entre 1990 y 2016, según estimaciones de la JEP, no podría ser otra que la cadena perpetua en una prisión bajo tierra como la de Abimael Guzmán o, incluso, la pena de muerte, pero aquí tenemos que contentarnos con tener a estos sicópatas en el Congreso porque en este país nada es serio. Se descubre un complot de Cuba contra Colombia y no pasa nada. Se denuncia la infiltración de dineros de Odebrecht a la campaña Santos Presidente, y las irregularidades cometidas por sus ministras «impolutas», y el Nobel ahí, como si nada.

Crímenes imprescriptibles e inamnistiables como estos no pueden ser absueltos sembrando lechugas, ni seguir siendo invisibilizados usando eufemismos como el de «toma de rehenes». Mucho menos, justificándolos como «crímenes de guerra», donde no había guerra sino terrorismo. A la JEP no le basta con parecer honesta; de hecho, tendría que serlo, pero esa no es su naturaleza.

EN EL TINTERO: Se tuvo que morir Carlos Holmes para darnos cuenta de sus inmensas cualidades y entender lo que perdimos. ¡Todo un señor! Paz en su tumba.

@SaulHernandezB

Publicado: febrero 2 de 2021

2 comentarios

Los comentarios están cerrados.