La llegada de los alcaldes de Bogotá, Medellín y Cali fue celebrada por toda la izquierda colombiana y gran parte de los votantes incautos. Los tres fueron vistos como un “cambio”, con promesas de renovación en las prácticas, pero lo cierto es que más que un cambio en las formas, se han visto profundizadas las alianzas con clanes políticos cuestionables. A sus detractores los silencian con ataques personales, manejan la ciudad como un reality show, priorizando los flashes, la improvisación y los ataques al gobierno nacional, en vez de una real administración de sus respectivas ciudades.
El caso de Claudia es lamentable; públicamente humilla a ciudadanos, a periodistas, contradictores y colaboradores. Para no ir muy lejos, eso hizo con una vendedora ambulante, quien con dolor reclamaba una ayuda de la Alcaldesa; su respuesta en tono condescendiente fue “trabaje juiciosa”. Los medios callan, y cualquier crítica que recibe ella la toma como una víctima, pues según la alcaldesa, se le exige con envidia, por ser la primera mujer en ocupar ese cargo; imposible razonar con alguien que se victimiza, pero su administración no ha sido nada distinto a una suma constante de promesas imposibles de cumplir, cuyos anuncios dan un alivio momentáneo para la ciudad, pero que su falta de ejecución condena a la pobreza y retroceso social a millones de colombianos. Eso sí, saldrán muy bien en fotos y videos, tanto ella como su Secretario de Gobierno, con sus altos gastos en medios, sus contratos desmedidos en compra de equipos para hacerse propaganda.
El caso de Medellín no es diferente; un tufillo de tirano rodea todo lo que pasa en la Alpujarra. La alimentación infantil, la seguridad energética del país, y el patrimonio de Antioquia y Colombia son las principales víctimas del autócrata alcalde de esa ciudad. El mismo del partido del tomate, el que recibió abiertamente apoyo de la Colombia Humana de Petro y de otros tantos políticos de antaño en el Valle de Aburrá, no solo deja caer computadores y se mofa de ello, sino que deja caer la institucionalidad de una ciudad que se ha caracterizado siempre por guardar un norte a pesar de las posibles diferencias ideológicas entre un alcalde entrante y saliente; lo de Quintero en Medellín es un experimento a escala mediana de la Colombia humana, y su costo puede ser altísimo para todos los colombianos.
Del caso de Cali hemos hablado varias veces en este espacio, pero no podemos dejar de recordar que con la llegada de Ospina no llegó renovación de ningún tipo, sino que llegó el mismo personaje marcado por escándalos de contratación en su mandato anterior; la diferencia es que esta vez no se ha perdido [aún] la plata (cómo en el caso de la pantalla para el Estadio), pero si rompió los esquemas de contratación, pues se han hecho denuncias de que en Cali la contratación directa alcanza la escandalosa cifra de 160 contratos por un valor de $164 mil millones de pesos. En el concejo son pocas las voces que se alzan en contra del Alcalde, y los medios a nivel nacional no han dado el paso adelante, más allá del trabajo investigativo de la Puya que tanto le “puyó” al alcalde.
El año de estos tres gobiernos es un abrebocas, penoso ante todo, de lo que sería un eventual gobierno alternativo en el 2022 para Colombia; un mal gobierno es como el covid, con tan solo un poco más de un año es capaz de arrasar con años de progreso social; debemos PARARLE BOLAS a las recientes alianzas que se han ido trazando tanto a nivel nacional como local; a la Colombia Humana, de supuesta renovación ya llegaron los Roy y los Benedetti; al Verde ya llegaron los Ministros de Santos, el Vicepresidente de Samper, y la ex fórmula de Petro; de renovación no tienen nada, pero el riesgo de destruirnos el país está más latente que nunca.
Publicado: febrero 16 de 2021
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