Los crímenes de Abelardo

Los crímenes de Abelardo

Son tantos los vericuetos del amor como tantas las formas que tienen todos los seres humanos de imaginar la justicia. Para los hombres y mujeres del pasado fue una obsesión inacabable, tanto que aún perdura en los hombres y mujeres de nuestro tiempo, encontrar con el uso de la razón, el freno que aplaque las pasiones que habitan en ese órgano cavernoso llamado corazón. 

Todo en vano. Ninguna ley humana, quizás ninguna divina, ha tenido jamás la fuerza para contener la tragedia que acecha azarosamente las vidas de quienes han caminado con poca voluntad por alguno de esos andurriales. 

Pueden contarse por montones los foros, simposios, encuentros y seminarios de abogados penalistas, en diversas latitudes, que habrán tenido la intención de descifrar el sentido significante, como diría Foucault, del desvarío que conduce a personas anónimas, por la senda de la autodestrucción, sin mediar para ninguna de ellas,  alguna de las fortalezas de la consciencia.

¿Es posible entender la psicopatía de un criminal sin llegar a serlo? ¿Cómo explicar los desencadenantes que conducen a un ser humano que durante toda su existencia ha mantenido un comportamiento acorde con la civilidad, a cometer de un momento a otro un homicidio, en forma tan desproporcionada, que resulta fácil imaginar el estupor en el rostro de quienes antes fueron sus más íntimos en el círculo de la familia o de la amistad? ¿Es admisible suponer la redención de un alma desencajada, que en un instante de ruptura emocional, destruye su propia vida, aun sin perderla, y condena para siempre su nombre a la implacable sentencia del rechazo? 

Abelardo De La Espriella debe haberse enfrentado a lo largo de su extensa y exitosa vida como litigante, a un sorprendente número de episodios que más allá de su papel como defensor o acusador, tuvieron que dejar heridas en la piel del humanista escondido detrás del uniforme de penalista. 

¿Cuántas veces De La Espriella ha podido experimentar la supra humana facultad de transformar el destino de uno de aquellos miserables protagonistas de una tragedia, cuántas veces fue víctima del infortunio que muchas veces declara perdedor al argumento que acompaña la verdad? Esas son las cuestiones sobre las que intento reflexionar una vez doy inicio a la colección de cuentos que comprenden su reciente obra titulada “Amores Criminales”. 

El primer interés está servido por la inobjetable seducción que ejerce uno de los personajes mas controversiales del país, alguien capaz de enfrentarse y hacerse temer del mismo presidente de la República o de desenvainar cuchillos y espadas para defender a quienes considera afines ideológicamente, el abogado con la columna más leída, el defensor, por igual, de artistas y mujeres victimas de violencia de género, de empresarios, damas de compañía, pastores religiosos o comunidades indígenas, de deportistas y paramilitares, de personalidades injuriadas, de políticos defenestrados, de policías o militares, y en últimas, de culpables o de inocentes, como el mismo suele señalar que es de lo que trata su oficio. 

Extrañamente, una vez como lector se hace el abordaje de los cuentos, en el tránsito ligero que va de una página a otra, ese Delaespriella mediático , el de los trajes y relojes finos, el de la celebración inmarcesible del buen vivir, va desapareciendo para abrirle paso con ritmo y cadencia, a un narrador cercano, oportuno, perspicaz y hasta sensible, que cuenta cosas en  tan perfecto tono, que resueltamente, queremos saber cómo acabarán. 

– [ ] Bendito sea el arte de escribir, bendito porque quien a él se enfrenta debe hacerlo con plena desnudez humana y mostrarse tan sincero y dispuesto como más vale hacerlo cuando la muerte toca a la puerta y no queda otra salida que abrirle. Quien escribe sabe que esta solo frente a quien lo lee, su lector no es otro más que el juez que dicta sentencia. 

En esta ordenada secuencia de crímenes cometidos por amor, se hace notorio que no hay defensa ni acusación por parte del autor, lo que supone que  al final, seamos nosotros, los lectores, quienes tengamos el deber de condenar o absolver.  

Astutamente De La Espriella nos traslada a un estrado judicial, pero con más astucia, es él, el único que no se presenta en el tribunal. Cómodo en su nuevo escenario de escritor, despliega la habilidad natural de los conversadores del caribe para ir moldeándo los relatos con la dinamica que más convenga a la historia.

Así entonces, unas veces  usa la voz del cronista para conferirle a los hechos que cuenta la dosis de realidad de la cual se nutrieron, otras, cambia  el acento y le da entrada al periodista que también ha sido, soltando los detalles que sólo puede saber el que ha investigado, pero tampoco deja atrás, cómo poder hacerlo, su atento ojo de analista y crítico para mostrarnos el declive social con el que conviven sus personajes.

Esquilo, el dramaturgo griego que nos legó su impactante universo de tragedias, escribía sus obras y luego iba al mercado o al puerto de Atenas para leerlas en voz alta frente a los mercaderes y pescadores, observando detenidamente sus reacciones, las mismas que le iban indicando el punto de conexión que había creado entre sus historias y las de estas gentes comunes. 

Los crímenes que en este libro están recogidos, tienen de inquietantes, ademas de las consecuencias del propio acto cometido, que bien podría ser alguien de nosotros, los que estamos al frente de la hoja, las víctimas o victimarios escogidos por el destino,  para protagonizarlos. 

Algo muy particular me gusta de los personajes del libro. En  cada relato, bien tratándose de un  padre al que el marido de su hija golpea y envenena, o de  un esposo traicionado por su mujer en el mismo lugar donde ambos trabajan, igual que en el caso de un futbolista pagando por una pena no cometida o de la madre aterrorizada que piensa en el futuro de su hija, y también de aquella agente de policía cuyo sentido del deber la enfrenta a un complejo debate moral, entre otros más, nunca hay oportunidad para lo predecible, puede que en sus generalidades tengan rasgos, apenas comprensible, acordes con el oficio que practican o la implicación en la trama, pero el desenlace sólo llega cuando el final está a pocas líneas de concluir.

Cada uno de ellos es en realidad uno de nosotros en una relación espacio- tiempo de la que hasta ahora nos hemos librado o que nos ha ocurrido en planos fragmentados y discontinuos. Todas las vidas son la misma vida, es decir, un montón de cabos sueltos, de pequeñas e íntimas historias cuyas tramas cumplen el formato de los guiones de Hollywood, sabiendo que el final se soluciona con el recurso siempre dramático de la muerte. Pero por fortuna, para algunos de estos guiones, de estas vidas, la muerte es el comienzo de una historia que se lee como si de un mapa se tratara,  un mapa que poco a poco vamos convirtiendo en los lugares que alguna vez recorrimos o en las personas que alguna vez nos recorrieron. 

Abelardo De La Espriella nos deja saludar a los muertos para  mostrar que algunos de ellos, no necesariamente están libres de sospecha en el homicidio que sobre ellos mismos se ha cometido. 

Es un juego fascinante, a nuestro antojo podemos acomodar las piezas que la historia nos entrega y seleccionar, ya no sólo la culpa o el perdón, sino también la forma y magnitud del castigo.

Los amores criminales de De La Espriella me recuerdan aquellas entretenidas novelas policíacas que hoy se han convertido en un género por si mismas. Los ambientes sórdidos, los desvíos de personalidad, las  razones ocultas y por supuesto, los desenláces inesperados que hábilmente describían Raymond Chandler y Dashiell Hammett, con los que acabaron delineando los orígenes del universo que ahora conocemos como novela negra, están presentes en estos relatos, así no ocurran ellos en las oscuras calles de Chicago o de San Francisco. Si lo pienso bien, es muy probable que esa necesidad mediática de el abogado escritor, oculte en realidad un alter ego de Sam Spade o de Phillip Marlowe, el par de famosos detectives cuya manera de acercarse a la comprensión de los crímenes, junto al gusto por las buenas prendas y la presencia de mujeres bellas a su alrededor, son una etiqueta en común para este trío.

No es fácil escribir la reseña de un libro porque en cualquier instante estamos próximos a cometer el pecado que los afiebrados a las series de televisión han llamado “spoilers”, cosa nada distinta de revelar aspectos que otros no han tenido ocasión de ver, o en nuestro caso, de leer.  Las “ hermanas Castro” por ejemplo, merecen ser descubiertas cuando el libro va por el Justo medio y no antes. Pero como no poder decir que es una pieza de realismo mágico absolutamente fascinante, embriagadora y picante, un fino gusto narrativo donde el hombre caribe que es Abelardo, parece recostarse en una vieja mecedora un poco más allá de las cuatro de la tarde, y rodeado de un grupo de amigos darle inicio a una historia  que se va cocinando entre ocurrencias cuyo único riesgo podría llegar con la traducción al griego o al catalán de los amores criminales. 

He disfrutado como amigo y como lector este nuevo éxito de Abelardo. Me ha resultado fácil elogiarlo sin lisonja en virtud al talento que ha desplegado en esta no tan nueva faceta de escritor. Es un libro que no tiene posturas, cumple con agradar y bien podría acabar libreteado para una miniserie de Netflix. Me lamento por quienes anticipadamente renunciarán prejuiciosamente a leerlo y me complazco junto con quienes ya lo hemos leído por cerrar un año horrible con la lectura relajada que nos regala esta obra.

Si alguna metodología pudiese recomendarse para leer “Amores criminales”, yo sugeriría sin vacilar que cada cuento escrito por De La Espriella, tuviera una noche exclusiva, es decir, leer uno por cada noche hasta completar diez, así como hacia la legendaria Sherezade, quien por cada una de las mil y una noches que entretuvo a su amo, ganó mil días y uno más para vivir.

@JCGossain

Publicado: enero 2 de 2020

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