Se ha difundido, sin evidencia concluyente de ninguna naturaleza, la versión de que el gobierno colombiano participó en el proceso electoral de los Estados Unidos, en el que el ahora presidente Joe Biden Jr. resultó ganador.
Las relaciones colomboamericanas se han caracterizado por un enfoque bipartidista, trabajando mancomunadamente con los congresistas de ambos partidos -Demócrata y Republicano- y con los distintos gobiernos.
El plan Colombia, por ejemplo, se diseño bajo la administración de Bill Clinton -Demócrata-, se implementó bajo la de George Bush -Republicano- y se finiquitó en la era de Obama -Demócrata-. El de ese plan, que sirvió como plataforma para la lucha eficaz contra el narcotráfico y terrorismo, es el ejemplo perfecto para describir la fluidez de las relaciones entre Colombia y los Estados Unidos.
Los embajadores colombianos desarrollan su misión sin consideraciones ideológicas. Así como hay comunicación permanente con congresistas de izquierda, profundamente críticos frente a la situación interna colombiana -como es el caso de Jim McGovern-, esta también se mantiene con parlamentarios aliados de nuestro país, como Mario Díaz-Balart o Marco Rubio, por citar un par de ejemplos de los muchos que hay a la mano.
El presidente Iván Duque, quien vivió durante muchos años en la capital de los Estados Unidos, conoce como pocos la dinámica política washingtoniana. Su paso por el Banco Interamericano de Desarrollo le sirvió para entender los vericuetos de la política estadounidense, conocimiento que, hay que decir, ha sido muy útil para reconstruir la confianza luego del fracaso del gobierno anterior que suspendió la guerra contra el narcotráfico permitiendo que nuestro país se convirtiera en un mar de coca, llegando a más de 200 mil hectáreas sembradas.
No es un lugar común: Colombia es el principal socio y aliado de los Estados Unidos en la región. Nuestro país ha sido un aliado irreductible, razón por la que, además de falso, es descabellado plantear o sugerir que el gobierno de Duque metió sus manos en las elecciones de noviembre del año pasado.
Primero, hay que verlo con sensatez: ¿Cómo puede Colombia alterar el destino de un proceso electoral en los Estados Unidos? El hecho de que miembros de la colonia colombiana residente en territorio estadounidense hayan expresado su favoritismo por el señor Trump, no es prueba de que el gobierno haya estimulado dicha predilección, como tampoco lo es que personas con dos nacionalidades hayan emitido su voto a favor del candidato Republicano.
En una democracia, más en la de los Estados Unidos, las personas gozan de todos los derechos para expresar sus ideas políticas, con la garantía de que no serán perseguidos, maltratados ni constreñidos por hacerlo.
Ahora: se ha señalado, sin que medie una verificación fáctica, que el embajador Francisco Santos se entrometió en asuntos internos de los Estados Unidos, buscando inclinar la balanza a favor del presidente Trump. ¿Cómo lo hizo? ¿A través de quién? ¿En qué lugar? ¿El supuesto entrometimiento se materializó? Claro que hay sectores de la extrema izquierda, esos mismos que con toda la mezquindad le apuestan al fracaso de la vacunación contra la COVID-19, que trabajan sin pausa con el propósito de despedazar las relaciones Colombia-Estados Unidos.
Uno de los más interesados es el expresidente Juan Manuel Santos quien, como un verdadero canalla, se ha colado por las más oscuras alcantarillas difundiendo mentiras y sembrando dudas. Su objetivo: pasar la cuenta de cobro por los duros cuestionamientos que durante la campaña presidencial le hizo Donald Trump quien lo puso en evidencia por su maridaje con el terrorismo y el narcotráfico.
Lo cierto es que la alianza entre los Estados Unidos y nuestro país gozan de muy buena salud. Al margen del partido político al que pertenezca el gobernante norteamericano y de las mayorías que haya en el Congreso de ese país, Colombia seguirá trabajando con un propósito superior: defender nuestros intereses nacionales.
Publicado:
Enero 21 de 2021
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