Por Ernesto Yamhure
Conocí a Carlos Holmes cuando yo estudiaba en la Universidad del Rosario. Fue mi profesor de último semestre. El bien liberal -venía de ser el jefe de debate de Serpa- y yo ultra conservador. Por lo menos, teníamos en común que ambos éramos columnistas de El Nuevo Siglo.
Desde el primer día de clase nos hicimos amigos. Una amistad que duró más de 20 años.
Lo acompañé durante su campaña a la gobernación del Valle, cuando se enfrentó a Angelino Garzón. En ese proceso electoral pude confirmar de primera mano el talante democrático de Carlos. El día de las elecciones, apenas se confirmó su derrota, no dudó un minuto en ir hasta donde se encontraba Angelino, darle un abrazo y ofrecerle todo su apoyo.
Era un amigo como pocos. Atento, generoso, desprendido. Siempre pendiente.
Siempre he admirado -con algo de envidia, dado que soy un pesimista irremediable- el optimismo de los políticos. Carlos Holmes sí que lo era. No se amilanaba ante la adversidad. Se fijaba una meta y trabajaba disciplinadamente para alcanzarla.
Desde cuando empezamos a forjar nuestra amistad supe cuáles eran sus dos sueños profesionales: ser Canciller y Presidente de la República.
Tuve el gusto de celebrar con él cuando el presidente Duque hizo público en Miami que él sería su Ministro de Relaciones Exteriores. Como decía mi esposa, Carlos Holmes estaba diseñado de pies a cabeza para ese puesto.
Era un tipo decente, caballeroso, prudente. Jamás reaccionaba con la cabeza caliente. Tenía una habilidad envidiable para tramitar las diferencias. Era ingenioso a la hora de encontrar soluciones.
En lo personal, gozaba la vida. Disfrutaba como un niño chiquito de los placeres terrenales. Durante los años que trabajé con él en la embajada en Estocolmo, no había semana que no nos fuéramos un par de veces a conocer nuevos restaurantes. Llevaré por siempre en el recuerdo esas tardes estupendas en el famoso Agaton, conversando con Alba Lucía de lo Divino y lo humano. O las buenas tandas de parqués en la mesa de la cocina de la residencia de la Embajada.
Duele en el alma la muerte de Carlos Holmes. Hablé con él cuando estaba en el hospital Militar y lo noté bien. Como siempre, con el ánimo arriba, pendiente de las valoraciones médicas. Todo se desencadenó rápidamente. Su corazón no aguantó ante la voraz peste que tiene en jaque a la humanidad.
Si esta fuera una nota de tipo político, tendría que decir que ‘ha perdido el país a un gran estadista’, lo cual es absolutamente cierto. Pero eso me tiene sin cuidado, porque lo que más vale es que se ha ido un ser humano maravilloso, un amigo como pocos.
Falta me harán sus llamadas a las horas más imprevistas, siempre con el consabido saludo en medio de las carcajadas de “qué cuenta el doctor Ernesto Yamhure Fonseca y Fonseca”.
Buen viaje Carlos y allá algún día nos veremos.
Publicado: enero 26 de 2021
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4.5