En el más reciente de mis escritos para este blog señalé que en los tiempos modernos las ideas religiosas se han visto sustituidas por las ideologías en lo atinente a los factores de identidad de los cuerpos políticos y de legitimación de la autoridad. Y no sólo ello, pues también dominan la concepción del mundo y las valoraciones morales vigentes en las sociedades.
En general, la unidad política se ha establecido en los dos últimos siglos a partir del principio de las nacionalidades, salvo en el mundo musulmán, en el que a pesar de ciertas tendencias laicistas, el principio unificador reside en la Umma, es decir, la comunidad de los fieles al Profeta.
La nación es, como lo sostiene Josep Llobera en un interesante libro, el dios de la modernidad. La ideología nacionalista se ha impuesto desde la Revolución Francesa y ha sido capaz de movilizar grandes masas, llevándolas incluso a la guerra. El principal vínculo político-jurídico que ata a la mayor parte de los seres humanos es precisamente el de nacionalidad.
Es verdad que el nacionalismo sufre hoy los embates del globalismo y los localismos, pero sigue siendo la ideología fundamental sobre la que se asientan los Estados.
En cuanto al fundamento de la autoridad, suele buscárselo, ya no en Dios, sino en el contrato social, la voluntad general o el espíritu del pueblo, que los alemanes llaman Volkgeist. De hecho, el pensamiento político moderno, a partir de Maquiavelo y de Hobbes, tiende a separar la política de la religión, en un proceso que también se da respecto del derecho y de la moral. Grocio sentó la tesis de que el derecho no necesita fundarse en Dios. Y el pensamiento ético trata a su vez de sustentar la normatividad moral desligándola de la idea de la ley divina.
Los corifeos de la Modernidad proclaman que las concepciones irracionales y míticas de las religiones deben ceder el campo a las racionalidades filosófica y científica. Pero está por discutirse precisamente si la filosofía y la ciencia actuales son estrictamente racionales.
En un un lúcido ensayo que lleva por título «Ideas y Creencias«, Ortega planteó una distinción radical entre unas y otras. Según su punto de vista, «Las ideas se tienen, en las creencias se está».
Las creencias equivalen a las «ideas-fuerzas» de que en el siglo XIX hablaba el filósofo francés Fouillée. Se trata de ideas cuya vocación es eminentemente práctica, motivadora de la acción.
Suele afirmarse que cada individuo se define por lo que cree, esto es, por los valores que orientan su vida, la fe que lo anima, aquellas concepciones que incorpora a sus modos de obrar. Y tales concepciones por lo general hunden sus raíces en la esfera de lo emotivo, más que en la de una estricta racionalidad. Su fuerza reside por lo común en el inconsciente, que es el venero en que anidan los mitos.
Ya Ernst Cassirer en «El Mito del Estado» había denunciado los ingredientes irracionales del totalitarismo del siglo XX. Ese totalitarismo no ha muerto. Ya se habla de un totalitarismo del siglo XXI que lo vemos patente en nuestro vecindario. Y una de sus modalidades es el totalitarismo de la ideología de género que hoy pretende imponerse a rajatabla en todas las latitudes.
En un ensayo esclarecedor titulado «Los Mitos Políticos Modernos», André Reszler describe los mitos dominantes en los doscientos años que antecedieron a 1973. Pero la presencia de la mitología no sólo se advierte en en el pensamiento político También campea en el sociológico, el antropológico, el jurídico, etc.
Pues bien, con base en la proclamación constitucional del Estado laico se ha erradicado la enseñanza religiosa en la educación pública. Pero se la ha sustituido por el adoctrinamiento ideológico a manos de Fecode, la organización comunista que se ha adueñado de aquélla.
Ese adoctrinamiento de la infancia, la adolescencia y la juventud incluye ahora la imposición de la ideología de género, según lo denuncia Luis Alfonso García Carmona en artículo publicado en «La Linterna Azul».
El asunto amerita que se lo debata a fondo. De entrada, cabe preguntar: ¿por qué no es de recibo que en las instituciones educativas públicas se imparta formación religiosa y, en cambio, sí lo es que se pervierta a los educandos envenenándolos con la ideología de género? ¿Qué títulos exhibe ésta para desplazar las creencias que han cimentado nuestra civilización?
También es del caso preguntar por qué la jerarquía eclesiástica es tan reticente para pronunciarse sobre estas políticas públicas llamadas a configurar el alma colectiva de los colombianos.
Jesús Vallejo Mejía
Publicado: diciembre 10 de 2020
4.5
5