El hambre y la pobreza de las mayorías desposeídas no se encuentran escritas en los astros ni se esconden detrás de viento. Ellas están presentes en la historia de la humanidad produciendo dolor y muerte.
El hambre se halla latente en ese inmenso ejército brazos caídos, los cuales cada mañana observan con estupor que las riquezas de su tierra se concentran, como una maldición, en manos de unos cuantos predilectos personajes.
Es mucha la gente que no tiene trabajo como producto de las injusticias de un sistema que dicen ser justo y equitativo.
“Se instalan nuevas fábricas, hay congreso de industriales de gran connotación a nivel nacional e internacional; pero menos mano de obra parece necesitarse. Sobra gente y la gente se reproduce bajo unas condiciones miserables de subsistencia”.
Quienes no albergan el hambre y la pobreza alimentan ese vulgar prejuicio que los ha distinguido por mucho tiempo: quieren hacer creer a los pobres, al pueblo soberano, que su pobreza es el resultado de los hijos que no se evitan.
“Se hace el amor con entusiasmo y sin ninguna preocupación, pregonan por todos lados. Y ante la impotencia de multiplicar los panes, hacen lo posible por suprimir los comensales. Combata la pobreza, ¡mate un mendigo!, y así se solucionara el problema”, pretenden hacernos creer.
No son secretas las matanzas de la miseria. Cada mañana y tarde mueren personas víctimas de la desnutrición y otras enfermedades que ésta acarrea. Esta violencia sistemática, no aparente pero real, causada por el hambre de los poderosos en los pobres va en aumento. “Sus crímenes no se difunden porque aquellos hombres azotados por un hambre crónica que les corroe el alma y el cuerpo no pueden desencadenar una guerra mundial”.
Por medio de las ayudas humanitarias se busca ese maldito flagelo que hace sufrir y llorar a las gentes que tuvieron la “suerte o desgracia de adquirirlo” y que cada vez se encamina en proporciones alarmantes hacia una muerte de hambre en masa, no sólo en otros países sino también en nuestra resquebrajada Colombia.
Por lo general, esas ayudas que nos ofrecen son sólo un nombre pomposo detrás del cual se esconde una realidad miserable, producto de ese “canceroso” egoísmo que tienen las elites políticas y económicas para cometer la sandez de cerrar sus ojos ante los problemas que día tras día agobian a un pueblo que únicamente tiene su fuerza de trabajo para no dejarse morir de inanición.
Los jóvenes se multiplican, se levantan, escuchan lo que les puede ofrecer el sistema; sin embargo, el sistema habla un lenguaje surrealista que propone evitar los nacimientos en estas tierras ricas en recursos naturales, pero que lamentablemente se desperdician. No olvidemos que el subdesarrollo no es fruto de un obscuro designio de Dios sino del mismo hombre que frente a los demás hombres representa el papel que el lobo tiene entre las fieras”, es decir, buscar su propia alimentación o beneficio a toda costa.
Publicado: diciembre 16 de 2020