En los últimos días el tema del piropo generó un pequeño alboroto a causa de un tuit de la Representante a la Cámara Ángela María Robledo, en el que, posteando una foto de ella en medio de dos jóvenes mujeres con tapabocas, manifestó que “en la calle no queremos sus piropos, no nos hace sentir más lindas (,) nos hace sentir miedo”. El tuit provocó todo tipo de reacciones en redes; y aunque no es el caso transcribirlas, sí puedo decir que llamó mi atención el hecho de que buena parte de la gente se atribuye la facultad de decidir quién es y quién no es merecedor de un piropo. Como si la belleza no fuera subjetiva, como si no se tratara de una cuestión de gustos. Quizá sería más sensato y menos arrogante que la gente advirtiera que opina desde su perspectiva, desde su concepción de belleza, pues aun dando eso por sentado, estéticamente —y esta es solo mi opinión— hace más agradable el comentario. De cualquier forma, el punto es que Ángela María Robledo, no acepta piropos. Ella piensa que un piropo, en lugar de ser halago, es acoso callejero. Bueno, esa es su opinión. La mía, en cambio, es que comete el mismo error de aquellos que emitieron la sentencia que la condena a no ser nunca merecedora de una flor. La congresista, sataniza el piropo. Lo criminaliza.
Creo, en serio, que la señora Robledo está confundida. Elevar el piropo a la categoría de acoso sexual callejero, es presumir que todo halago en relación con el aspecto físico de alguien, tiene una intención sexual. Si así fuera, un hombre casado no podría elogiar a nadie que no sea su esposa. O si a alguien se le ocurriera piropear a su hermana o a su madre, podría ser sospechoso de pretender una relación incestuosa. O sea, la satanización del piropo, como parte de una narrativa feminista exagerada que nunca lograré entender, es tan absurda como la condena a una fealdad que nadie debería estar en grado de decretar.
Un hombre como yo, fiel a mi amada esposa, que no acostumbro a piropear a quien no conozco porque creo que el piropo callejero es de mal gusto, no ahorro palabras cuando veo a una mujer cuyo físico despierta mis elogios. Lo hago con respeto y con la intención de homenajear la belleza que percibo. Una mujer, sin que ello implique desconocer sus atributos intelectuales, espirituales y profesionales, es un poema que merece recitarse.
Por ello, aún desagradándome el piropo callejero, no voy a condenar a quienes —sin ninguna pretensión sexual—reaccionan ante lo que estiman bello. Asumir que un gesto como el piropo lleva implícita una intención criminal, nos podría llevar al colmo de tipificarlo, y si ese es el camino que se decide recorrer, entonces preparémonos para pensar dos veces antes de un ‘like’ en redes, pues, como modalidad de piropo, son capaces de convertirlo en contravención.
Fea es la JEP, que gasta en sí misma 300 mil millones al año y ni así seduce a los colombianos que —impotentes— la vemos contonearse derrochando una fortuna que debería destinarse a las víctimas de un grupo terrorista que la piropea con el apoyo y el aplauso de congresistas, como Ángela María Robledo, que tanto odian el piropo.
Publicado: noviembre 29 de 2020
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