Sólo en la mente de un sujeto de la deplorable contextura moral del alcalde petro-comunista de Medellín cabe la repugnante idea de asociar los festejos navideños con un carnaval presidido por una figura demoníaca, la de Moloch, dios cananeo al que se adoraba arrojando recién nacidos al fuego y que hoy por hoy representa el culto abortista.
Nada más contrario al espíritu de la Navidad que vincularla con un demonio y una exhibición de símbolos míticos, así estos gocen de cierto arraigo en el imaginario popular.
Esta torpe iniciativa del burgomaestre mencionado invita a reflexionar sobre qué es lo que los creyentes y muchos que no lo son conmemoramos en Navidad y de qué modo ello se contrapone a las entidades infernales que aquél pretende entronizar en nuestro medio.
El 25 de diciembre de cada año se celebra la fiesta del nacimiento de Jesucristo. La fecha tiene que ver probablemente con la decisión de la Iglesia, una vez instaurado el cristianismo en Roma, de contrarrestar la vieja costumbre de las saturnales que, en homenaje al dios Saturno, se llevaban a cabo antes de esa fecha y daban lugar al desenfreno colectivo. El origen de la Navidad tiene que ver entonces con la superación de un abominable ritual pagano. Su propósito era eminentemente espiritual. Había que poner freno al desorden orgiástico encomiando valores trascendentes que invitaran al pueblo a elevar su mirada hacia el mundo celestial.
Nada más apropiado para ese cometido que exaltar el nacimiento del Hijo de Dios, que vino a rescatarnos de la esclavitud del pecado y enseñarnos amorosamente cuál es el camino de la bienaventuranza eterna, contrario por supuesto al de la condenación a que pretenden llevarnos los demonios.
La piedad popular ha exaltado la imagen tierna y candorosa del Niño Dios con representaciones de bondad, alegría, solidaridad y otras virtudes que apuntan hacia lo mejor del ser humano. Al fin y al cabo, como lo dice el Evangelio, si no somos como niños, no podremos aspirar al Reino de los Cielos.
La Navidad es en principio una fiesta de la infancia. Pero lo es también de la familia. La imagen de la Sagrada Familia, unida en el pesebre de Belén, se proyecta en las celebraciones decembrinas, convocando a padres e hijos para que manifiesten los sentimientos que los ligan y dándoles la fuerza para convivir armónicamente.
Nada más contrario al ánimo de división y destrucción, o como hoy se dice, de «deconstrucción», que mueve a las potencias demoníacas a las que parece servir el tristemente célebre Pinturita.
Charles Dickens no era un escritor que se destacara por su espiritualidad. Estaba lejos de ser un místico, si bien su amable consideración de la interioridad humana y las vicisitudes de la existencia estimula nuestra simpatía por la especie a que pertenecemos. Su «Cuento de Navidad» es obra maestra que año por año por esta época se recuerda como un expresivo manifiesto del profundo impacto que en nuestro espíritu suscita el recuerdo del advenimiento de nuestro Redentor. Trata de la historia de la conversión del avaro y amargado Scrooge en el día de Navidad.
Los pensadores clásicos observan que los gobernantes son algo así como padres de familia de sus comunidades, a las que deben guiar por buenos caminos y nutrirlas con ejemplos edificantes. Yo me pregunto si promover un carnaval demoníaco en momentos en que la tradición invita a la unión familiar y la armonía colectiva bajo la divisa de «Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad», es algo acorde con las responsabilidades espirituales de quien, como decía Santo Tomás de Aquino, tiene a su cargo el cuidado de la comunidad.
No me explico cómo «El Colombiano», que era un periódico conservador, exhibe ahora cierta complacencia con las saturnales de Pinturita, queriendo mostrar que es algo meramente lúdico e ignorando los efectos deletéreos que podrían producir en la cultura popular. Muchos dirán probablemente que ahora esta no es época de ponernos en paz con Dios, sino de dar rienda suelta a nuestros apetitos, incluso los más bajos. ¿No es eso a lo que nos induce la figura demoníaca que Pinturita pretende situar en el centro de su celebración?
Más inquietante me parece que un individuo de esas condiciones morales dizque tenga un abultado respaldo popular. Si la democracia no exalta a los mejores, está condenada a muerte.
Jesús Vallejo Mejía
Publicado: noviembre 24 de 2020
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