Habría sido mejor que Santos no hubiera reaparecido. Es uno de los colombianos más repudiados. Su presencia despierta legítima indignación en millones de ciudadanos que lo ven como un estafador político y un corrupto que puso las arcas del Estado al servicio de su oscura agenda de gobierno.
Colombia volvió a saber de ese individuo en los últimos días, por cuenta del chisme que anda difundiendo a los 4 vientos, con el fin de despedazar las buenas relaciones que existen entre Colombia y los Estados Unidos.
A él, poco o nada le importa la suerte de nuestro país, ese mismo cuyas instituciones él debilitó y saqueó durante 8 años consecutivos. El de Santos es, de lejos, el régimen más corrupto de la historia republicana de Colombia.
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Se equivocan quienes ingenuamente esperan un gesto de lealtad por parte de Santos, un campeón de las intrigas y las traiciones. Su vida ha sido eso: una colección de trampas y zancadillas, tanto a sus rivales políticos como a su propia familia. Ojalá, algún día el país tenga oportunidad de conocer las extorsiones y chantajes que ese individuo le hizo a un importante miembro de su familia que se opuso a una maniobra política suya.
Desde octubre de 2016, cuando el gobierno noruego intrigó para que Santos fuera premiado con el Nobel de Paz, los cuestionamientos a ese galardón fueron múltiples. Resultaba inadmisible que el entonces presidente colombiano recibiera esa distinción luego de que el pueblo colombiano, mayoritariamente, hubiera votado en contra del acuerdo con la banda terrorista Farc.
El Nobel sirvió como herramienta para que Santos pudiera robarse el resultado del plebiscito. Un hecho adicional: su gobierno había adjudicado sendos bloques petrolíferos en el mar Caribe colombiano a un consorcio del que hacía parte ‘Statoil’, compañía estatal noruega de hidrocarburos. Al respecto, siempre ha existido la duda legítima de si Santos, con recursos naturales no renovables colombianos, compró el premio que tanta felicidad le produce. O producía.
La semana pasada, el diario estadounidense The New York Times, medio al que nadie podrá calificar de derecha, hizo un especial sobre los ganadores del Nobel de Paz que han sido fuertemente cuestionados y que, en criterio de ese periódico, no debieron ser premiados por el comité noruego que entrega dicha medalla. Juan Manuel Santos, está en esa lista.
Es cierto que Noruega ha hecho del Nobel de Paz una herramienta de acción política. Ese pequeño país, incrustado en el occidente de la península escandinava tiene relevancia en el mundo por cuenta de su elevada producción de petróleo y por tener el privilegio de entregar todos los años el Nobel de Paz, galardón que muchas veces ha sido adjudicado con fines no muy transparentes, como ocurrió en el caso de Santos.
El artículo del periódico neoyorquino puso a Santos al nivel del primer ministro de Etiopía -Abiy Ahmed-, quien hace unos días ordenó operaciones militares contra civiles, hecho por el que seguramente será procesado como criminal de guerra. El año pasado, Ahmed fue distinguido con el Nobel de Paz.
El Times cuestiona que Santos haya sido premiado a pesar de su derrota en el plebiscito. Pero aquel no es el único motivo por el que el Nobel jamás debió habérsele otorgado al exmandatario. El hecho de que a punta de corrupción el gobierno haya logrado garantizar unas mayorías políticas -no ciudadanas- para aprobar el acuerdo con la bandola mafiosa que lidera alias ‘Timochenko’, es razón potísima para que él nunca hubiera sido receptor de ese reconocimiento que hoy, en buena hora, pone en entredicho un medio de comunicación de importancia sustantiva, como el New York Times.
Publicado: noviembre 17 de 2020
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