Al momento de escribir estas notas aún no se ha decidido la suerte de la elección presidencial en los Estados Unidos. Trump no ha reconocido el triunfo de Biden y está alegando en los estrados judiciales que el triunfo de éste, proclamado por la prensa y reconocido por varios gobiernos extranjeros, se ha basado en un fraude descomunal. Los críticos de Trump lo acusan de ser un mal perdedor que pone en riesgo la institucionalidad democrática de su país. Pero, ¿qué tal si tuviera razón en sus reclamos? Amanecerá y veremos.
Por lo pronto, conviene hacer algunas acotaciones al respecto.
Hace varias semanas mencioné acá el libro «Cómo mueren las democracias«, de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt.
Los autores son enemigos acérrimos de Trump y precisamente lo acusan de erosionar el régimen constitucional de los Estados Unidos. Hacen, además, observaciones que ahora resultan muy pertinentes sobre su sistema electoral y la aguda polarización que enfrenta a demócratas y republicanos.
A mis alumnos de Teoría Constitucional solía decirles que el primer capítulo de un ordenamiento básico del Estado toca con las reglas fundamentales para la adjudicación del poder público, que de acuerdo con la idea democrática que hoy rige en casi todo el mundo, así sea de labios para afuera, se condensan en el régimen electoral.
Pues bien, dicho régimen en los Estados Unidos adolece de defectos notables, puesto que cada estado dicta sus propias reglas y no hay dispositivos adecuados para identificar a los votantes, lo cual se agrava con el voto anticipado y por correspondencia, que al parecer está en el centro de los reclamos de Trump. Se habla en efecto, de muchos muertos y extranjeros que han votado, así como de personas que lo han hecho varias veces.
La situación actual cuenta con antecedentes que conviene recordar. Hace 20 años, cuando se enfrentaron Bush y Gore, la cuestión se definió, como sucederá ahora, por la administración de justicia. Y todo parece indicar que la apretada victoria de Kennedy sobre Nixon en 1960 se debió a maniobras fraudulentas del alcalde de Chicago, que estaba aliado con la mafia. Pero Nixon no reclamó y esperó que le llegara más adelante su oportunidad, como en efecto sucedió.
La fractura moral que padece la sociedad norteamericana agrava un conflicto que va más allá de la confrontación de las personalidades de Trump y Biden.
Aunque el régimen constitucional es por definición neutro frente a las diferentes confesiones religiosas, desde su fundación y hasta no hace muchos años la norteamericana fue una sociedad que podía considerarse cristiana. En el siglo XIX la influencia protestante era muy significativa: el pueblo se nutría de la Biblia, así la interpretase de distintas maneras. Con la gran inmigración europea de la segunda de dicho siglo y principios del XX, el catolicismo y el judaísmo ganaron significativa importancia en su cultura. E. Michael Jones afirma que, por ejemplo, la autocensura cinematográfica que se mantuvo vigente hasta la década de 1960 estuve fuertemente influenciada por los medios católicos. Pero a lo largo del último medio siglo el ambiente espiritual ha sufrido cambios profundos, hasta el punto de que el presidente Obama llegó a sostener que los Estados Unidos habían dejado de ser un país cristiano.
Precisamente, Obama se distinguió por promover la revolución cultural tendiente a la homosexualización de la sociedad, la banalización del aborto, la persecución solapada contra las religiones, etc. Esto último viene, en verdad, de tiempo atrás y está registrado en el libro de Janet Folger, «The Criminalization of Christianity», que aquí he comentado en otras oportunidades. Los interesados pueden descargarlo a través del siguiente enlace: https://epdf.pub/queue/the-criminalization-of-christianity.html.
Si la dupla Biden-Harris lega a la Casa Blanca, se reactivará el horroroso holocausto de vidas inocentes e indefensas que ha hecho que el sitio más peligroso para el no nacido sea el vientre materno. Un impresionante testimonio vívido de este flagelo que so capa de libertad de elegir de la mujer («Pro-Choice») ha costado desde 1973 más de 60.000.000 de vidas puede verse en «El Grito Silencioso»: https://www.youtube.com/watch?v=fbk8x8gHxYU
La resistencia de Trump, todo lo antipática que a muchos pueda parecerles, es un esfuerzo denodado para impedir que vuelva gobernar a los Estados Unidos esa feroz tendencia asesina que se ceba en los no nacidos.
Jesús Vallejo Mejía
Publicado: noviembre 12 de 2020
5