El grotesco alcalde de Medellín, al que bien le cae el burlón remoquete de «Pinturita» con que lo identifican sus conciudadanos, ha resuelto embarcarnos en uno de los proyectos más perniciosos de la izquierda mundial, el de la revolución sexual.
Lo presenta como un progreso para integrar las diversidades sexuales y las identidades de género en favor de un colectivo, el LGTBI+, al que hay que garantizarle respeto por su dignidad, así como la igualdad y la libertad.
Es una manera de edulcorar unos propósitos de más vasto alcance. Ahí no se trata de desarrollar políticas públicas para que a los integrantes del colectivo no se los vitupere ni se les cierren espacios legítimos, de modo que puedan manifestarse libremente de acuerdo con sus orientaciones sexuales sin que nadie los moleste. Lo que se pretende con estas políticas es de mayor calado: separar en la sexualidad las funciones reproductivas y las recreativas, desestimulando las primeras y excitando las segundas.
En otras oportunidades he citado el importante libro de E. Michael Jones, «Libido Dominandi, Sexual Liberation and Political Control«, que es una lástima que, por lo menos que yo sepa, no cuente con ediciones en castellano. Ahí se cuenta cómo surgió y se ha desarrollado hasta imponerse en la actual cultura occidental una ideología que rompe radicalmente con los conceptos que sobre la sexualidad han reinado a lo largo de siglos, en buena medida gracias a las creencias cristianas. Ese cambio cultural se ha logrado no solo por medio de una brutal y masiva acción propagandística, sino, en los últimos tiempos, de modo coercitivo que incluye medidas penales, tal como lo prevé por ejemplo un oprobioso proyecto de ley que está a punto de aprobarse en Italia.
Esta ideología parte de supuestos harto discutibles, algunos de los cuales repugnan al buen sentido.
La idea básica es la emancipación del individuo humano respecto de toda normatividad fundada en Dios, la naturaleza, la historia y la razón misma. En el fondo, es la divisa del Thelema que formuló el célebre satanista Aleister Crowley en su Liber Legis: «Hacer tu voluntad será el todo de la ley«.
Como reza la célebre reflexión que puso Dostoiewky en boca de su personaje Iván Karamazov, «Si Dios no existe, todo es posible». ¿Qué freno podría haber para el deseo humano?
«Pinturita» se la pasa invocando a Dios con la misma convicción que lleva a Petro a exhibir una cruz en su cuello o en su muñeca. Pero su política parte de negar precisamente la Ley de Dios manifestada en las Sagradas Escrituras. Deja de lado, además, el hecho biológico de la diferenciación de la especie humana en dos sexos: masculino y femenino. Ignora tajantemente la historia, que a lo largo de miles de años ha dado lugar a que las sociedades se ordenen a partir de ese hecho biológico fundamental.
Al fin y al cabo, este se explica principalmente por la reproducción de la especie, vale decir, la continuidad de la vida. Y la ideología dominante no valora la vida, pues como lo ha puesto de presente el pensamiento católico, promueve una cultura de la muerte.
Es muy distinto considerar que la vida es un don de Dios y que cada individuo humano ha sido deseado por Él para asignarle un destino trascendente, a pensar que somos resultado de una combinación fortuita de elementos químicos y, en últimas, de uniones no deseadas de espermatozoides y óvulos. La ideología dominante predica, con Heidegger, que somos seres para la muerte, destinados a volver a la nada de donde surgimos, y además, que somos seres, más que habitados, controlados por el deseo, siendo el más fuerte y satisfactorio de todos el carnal. En los términos demoníacos de Crowley, la concupiscencia es nuestra mayor realización.
La ideología que subyace en el proyecto de «Pinturita» no es, pues, inocente. Va tras un cambio radical en las concepciones morales y, por ende, en las costumbres. Llevada a la práctica, aspira a a imponerse en la educación, incluso desde la más tierna infancia, y a destruir los vínculos familiares. En rigor, no conduce a generar más y mejores espacios de libertad, sino a destruirla o al menos a restringirla severamente, al sujetar a los individuos a lo que Sófocles llamaba «ese amo cruel y avasallador», que es el apetito sexual.
Menciono de nuevo un libro capital, «Family and Civilization«, de Carle C. Zimerman, que muestra que la civilización occidental deriva su fuerza de la familia inspirada en los valores cristianos, de suerte que su debilitamiento y su posible disolución no representan progresos, sino todo lo contrario.
Por su parte, en «La Revolución Sexual Global«, Gabriele Kuby ha demostrado que la libertad sexual que con aquélla se promueve termina destruyendo la libertad misma.
Los malos pasos que está dando «Pinturita» no obedecen a decisiones tomadas conscientemente por sus electores. Si en su campaña hubiera advertido que pretendía convertir a Medellín en una nueva Sodoma, probablemente habría asustado a muchos de quienes votaron por él. En rigor, es una medida autocrática, muy propia de su talante egocéntrico y de la patanería que lo caracteriza.
Jesús Vallejo Mejía
Publicado: septiembre 22 de 2020
5