¿Quién no quiere vivir en paz?
¿colombianos, señores de las Farc, negociadores del acuerdo de La Habana, señor Juan Manuel Santos, ustedes quieren hacer una paz legitima y duradera? Pues, es muy sencillo. Hay que seguir cuatro o cinco pasos, los que nos llevaran sin duda a ella, y los colombianos nos sentiríamos muy agradecidos. El asunto seria así:
1) Permitamos que se puedan erradicar los cultivos de coca, causa principal de toda la violencia de los últimos cuarenta años, violencia que dejó de ser política hace mucho tiempo, para convertirse en una sangrienta disputa por el manejo fecundo del narcotráfico, única forma de empleo rentable en un país con mucho desempleo y con áreas rurales consuetudinariamente abandonadas. Dejar aumentar expresamente el negocio del narcotráfico, es como poner una plasta de heces fecales en la sala de la casa, su olor nauseabundo lo contamina todo.
2) Que los jefes de las Farc puedan ser recluidos en una cárcel, intramuros, por unos cuantos años; seis o siete años a lo sumo. Nada haría más feliz a los colombianos, ver que crímenes de lesa humanidad tienen alguna forma de castigo.
3) Que reparen a las víctimas, utilizando los grandes recursos económicos que poseen, devolviendo además las grandes extensiones de tierra usurpada. Nunca se pudo saber con total certeza a través de lo acordado en La Habana cuánta es la riqueza de la Farc.
4) Que devuelvan las curules en el congreso, nada es más ignominioso e indignante que ver a criminales de lesa humanidad sentados, muy orondos, en las sillas de la cumbre de la democracia que es su congreso, como si nada hubiese pasado. Esa sensación de impunidad le hace mucho daño a la paz.
Esos cuatro puntos producirían una paz casi de inmediato. ¿Por qué no se hace, si es muy sencillo? ¡No se está pidiendo tanto!
Y que la cacareada verdad se diga, no se necesita, ¡todos la sabemos!
Y el quinto paso tiene que ver con las formas de gobierno instauradas. Desde que nos hicimos República, jamás se ha cumplido con el pacto social de llevar todas las bondades del Estado a los últimos rincones de la patria, zonas completamente olvidas que no tienen el amparo de este. El recalcitrante centralismo sin duda ha sido un enorme factor de insurgencia.
Da ira la iniquidad de la prosperidad de algunas regiones versus la enorme pobreza de otras. Lo despiadado de esa política centralista ha sido un gran pretexto para el descontento. Lo demás se reduce a la llegada hace cuarenta años del narcotráfico, que cambió las reglas de juego en nuestras áreas rurales y trasformó al campesino colombiano.
Pareciera que realmente no se quiere hacer la paz, y que hay interés basados en móviles políticos que no les importa que se haga, sino que la búsqueda de la anhelada paz sea un pretexto para cambiar el modelo de desarrollo, el que muchos piensan que debe ser muy semejante a lo logrado en Cuba y Venezuela.
Publicado: septiembre 24 de 2020
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