La del río revuelto en el que las aguas bajan turbias, como titula un clásico del cine argentino, puede ser una imagen cabal de la coyuntura colombiana en estos momentos. Por do se la mire, reinan la confusión y el caos. Pero mucha gente actúa como pensando que aquí no pasa nada.
Es difícil hacer previsiones razonables sobre lo que sucederá dentro de poco, una vez se consoliden los efectos de la pandemia y las medidas de choque que se adoptaron para afrontarla. Pero es lo cierto que seguramente esos efectos serán calamitosos desde muchos puntos de vista.
No hay que ser zahoríes para pronosticar que experimentaremos severas crisis que pondrán a prueba lo que nos resta de institucionalidad demoliberal. La recesión económica, el desempleo, el desabastecimiento y, en suma, el hambre, suscitarán reacciones que muy probablemente tenderán a la violencia.
En rigor, es un cuadro que bien podría considerarse bélico. El enemigo más ostensible es el virus y razonablemente podemos considerarlo como un enemigo exterior que viene a atacarnos desde allende nuestras fronteras.
Conviene recordar que cuando se produjo el conflicto con el Perú, Laureano Gómez, que se perfilaba como líder de la oposición conservadora contra el presidente Enrique Olaya Herrera, lanzó la consigna de «Guerra, guerra en las fronteras; paz, paz en el interior», para iniciar una tregua en su ardorosa campaña política.
Algo parecido se convino en Inglaterra para enfrentar la amenaza hitleriana. Conservadores y laboristas se pusieron de acuerdo para suspender el debate político y formar un frente unido para la conducción de la defensa del país.
En la Colombia de hoy sucede todo lo contrario. Ante una crisis de proporciones inimaginables y quizás la peor que haya atravesado el país en toda su historia, la llamada izquierda radical parece empeñada en sacar partido del descontento que ya se palpa, con el fin de agudizarlo y hacer inviable el gobierno del presidente Duque.
Esa movilización popular que parece estar en la mente de personajes tóxicos como Cepeda y Petro, podría ser catastrófica. Nunca se sabe de antemano en qué podría derivar.
Supongamos que esa atroz iniciativa les dé a sus promotores el resultado que inicialmente aspiran a producir: la caída del presidente Duque.
¿Significaría ello la apetecida toma del poder por la que han luchado las guerrillas a lo largo de más de medio siglo? ¿Se daría de ese modo el comienzo de la ansiada revolución?
Lo dudo. Como en la fábula de las uvas, las mismas parecen estar verdes. Más bien, el escenario posible podría ser el de la guerra civil y en consecuencia el de la dictadura, vaya a saberse con qué inclinación. Pues lo cierto es que quien tome el poder deberá enfrentar el escenario de un país ingobernable, con sus instituciones hechas trizas y la población desesperada.¿Quién le obedecerá? ¿De qué modo? ¿De qué recursos podría disponer para satisfacer las necesidades colectivas?
El debate político se mueve hoy en medio de una polarización destructiva, diríase que suicida. Bien se sabe que es natural que en la política haya divergencias incluso muy profundas que dan lugar a distintas tendencias que suelen articularse en partidos y coaliciones. Y ello no solo es natural, sino conveniente. Pero, como lo proclamó el general Benjamín Herrera en célebre ocasión, la consigna hoy debe ser esta: «La Patria por encima de los partidos».
Jesús Vallejo Mejía
Publicado: septiembre 10 de 2020
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