Es absurdo que se mantengan suspendidos los eventos y conciertos, pero que al mismo tiempo se autoricen marchas por doquier. Ese doble racero con que se están tomando las medidas de la nueva normalidad lo único que va a lograr es sacrificar más puestos de trabajo mientras se escala la violencia en las ciudades.
En efecto, no puede ser posible que las restricciones que dicen evitar la propagación descontrolada del virus solamente apliquen para los sectores formales que generan empleo y no para los vándalos que salen todas las semanas a destruir las urbes.
¿Acaso en las manifestaciones se garantiza el distanciamiento, el lavado periódico de manos y los demás protocolos de bioseguridad?… Por supuesto que no.
Por eso, no se entiende cómo se da vía libre a estas conductas y no a la reactivación de uno de los sectores más golpeados por la pandemia como el del entretenimiento, el cual antes del aislamiento generaba 1.9 millones de empleos directos y 5.7 millones indirectos, de los que solamente en abril se perdieron 512.000.
Además, los conciertos, festivales y eventos masivos eran los responsables de movilizar el 22% del turismo del País y aportaban el 3.9% del PIB, realidad que dista radicalmente de los 72 CAIS destruidos y los 9 buses de Transmilenio quemados que dejaron como legado las marchas de la semana pasada.
A lo anterior, hay que adicionar el hecho que las cancelaciones de los espectáculos musicales generan pérdidas que oscilan entre los $400 a $5.000 millones y tres meses sin fútbol implican dejar de recibir $80.000 millones en promedio, a tal punto que se estima que el saldo rojo de los equipos deportivos este año ascenderá a los $50.000 millones, mientras que, por otro lado, las protestas violentas causaron lesiones en 216 uniformados en Bogotá.
Sin lugar a dudas, esa hipocresía con que se pretende volver a la normalidad no puede continuar. Por ejemplo, las restricciones que en Bogotá llevaron a la quiebra al 31% de los comercios formales no fueron aplicables a los informales y la misma historia se está repitiendo con la reactivación de otros sectores.
Los bares, las discotecas y los eventos están al borde del abismo esperando la luz verde de unas autoridades que no les han permitido volver a funcionar, pero que no tienen el más mínimo problema en autorizar protestas que concentran igual o mayor cantidad de personas, que no cumplen con los protocolos de bioseguridad que sí acatan los sectores formales y que con su resentimiento visceral destruyen cuanto establecimiento de comercio se encuentren por delante.
O todos en la cama o todos en el suelo. El País hizo un esfuerzo demasiado costoso para mitigar el impacto del virus. Y claro, vale la pena si se logra evitar el colapso del sistema de salud, pero no tiene sentido que continúen unas restricciones parcializadas que parecen obedecer a una estructurada agenda de desestabilización antes que a una genuina preocupación por el futuro de la Patria.
Publicado: septiembre 23 de 2020
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