Los acontecimientos históricos deben ser estudiados y calificados a la luz del momento en que ocurrieron para efectos de analizar con serenidad la evolución humana en todos los aspectos.
Vivimos en una época en la que se impone la estúpida ‘corrección política’, donde se han entronizado conceptos como la ‘emocracia’, para significar que la humanidad ha entrado en lo que el profesor Alex Kaiser denomina ‘la era de las emociones’, momento en el que se evade “a toda costa el enfrentamiento honesto y racional de ideas para, en lugar de ello, cosechar una espontánea aclamación pública basada en emociones impermeables a la evidencia y a la lógica”.
La ‘emocracia’, concluye el filósofo Kaiser, impone “una forma de no-pensar que acepta como legítimas sólo aquellas posturas que encuentran respaldo en el exhibicionismo moral de grupos dispuestos a indignarse fácilmente”.
Así, llegamos a situaciones como la que se está registrando en el país, con hordas de alienados mentales que, ensoberbecidos, sindican miserablemente a toda la Policía Nacional por los hechos ocurridos con el señor Javier Ordóñez.
Y el revoltoso Petro, fiel a su ‘estirpe’ terrorista, conscientemente se ha dedicado a irrigar con combustible el fuego, apuntándole a construir su plataforma electoral de 2022 sobre la destrucción absoluta del Estado y el fraccionamiento irremediable de la sociedad.
La de él, será la campaña del odio y de la vindicta. De resultar elegido, el gobierno neocomunista que se implantará tendrá como sustento una confrontación entre ‘vencedores y vencidos’.
No hay sector al que la extrema izquierda no esté empujando hacia el peligroso abismo de la violencia. Las imágenes de unos indígenas enloquecidos, derrumbando una bella estatua en honor a don Sebastián de Belalcázar, erigida en la ciudad de Popayán, es la muestra del absurdo nivel de intolerancia, agresividad y rencor que los fundamentalistas antidemocráticos han sembrado en la sociedad colombiana.
No merece la pena analizar las estúpidas razones esgrimidas por los aborígenes que cometieron el acto de vandalismo que, emocionados, celebraron el ‘derrocamiento’ de un esclavista.
La pelea de ellos, al final del día, fue con una obra de arte, lo que demuestra su miserable nivel moral y su bajeza antisocial.
No estamos muy lejos de las quemas masivas de libros. En España, los denominados ‘progres’ han vetado obras literarias, alegando que su contenido es ‘excluyente’, ‘sexista’ o simplemente inequitativo en materia de género.
Padecemos, sin lugar a dudas, una voraz epidemia neoinquisitorial donde los derechos pasan a un segundo plano y en la que una tropelía de desenfrenados activistas -feroces cuando corresponde insultar y débiles cuando llega el turno de razonar o argumentar- imponen su agenda del odio a la brava, ultrajando o liquidando a quien tenga el coraje de oponérseles.
Lo de los salvajes de Popayán es una muestra de lo que vendrá en adelante. Hace una semana, unos antisociales vinculados con estructuras terroristas, intentaron quemar vivos a unos policías mientras encendían fuego contra estaciones de policía, en distintos puntos de Bogotá.
No se trata de situaciones aisladas ni puntuales. Esto es un plan debidamente trazado y puesto en marcha, cuyo propósito es el de desatar una incontrolable deflagración en Colombia como preámbulo de la toma del poder por parte de los antisociales que comanda Gustavo Petro.
Publicado: septiembre 18 de 2020
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