Un mensaje claro y contundente: Obama, Biden y Santos se rindieron ante el narcotráfico.
Lo estableció el presidente Trump en un acto de campaña en Jacksonville, al norte de Florida.
El planteamiento del presidente de los Estados Unidos no deja espacio para las dudas. El acuerdo de paz con la banda terrorista de las Farc -organización responsable de más del 70% del tráfico de estupefacientes elaborados en Colombia- redundó en un crecimiento exponencial del narcotráfico, arrojando como principal víctima de ese flagelo al pueblo estadounidense.
Hay que decirlo con todas sus letras: el de Santos fue un gobierno cocalero al que nada le importó que Colombia se convirtiera en un mar de cultivos ilícitos.
Aquel fue el precio que Santos le pagó a la mafia para poder suscribir el acuerdo canalla que desembocó en el premio Nobel que Noruega -país al que el exmandatario también había sobornado con la adjudicación de bloques petroleros-, le otorgó.
En su última visita a los Estados Unidos como presidente, Santos trató de todos los modos posibles que el presidente Trump hiciera un reconocimiento al acuerdo con los terroristas. Se quedó con las ganas. El mandatario estadounidense se limitó a felicitarlo por el Nobel, pero a renglón seguido hizo fuertes cuestionamientos respecto del crecimiento exponencial de los campos plantados con coca.
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En aquel encuentro, que tuvo lugar en junio de 2017, Trump le exigió a Santos la reactivación de las fumigaciones aéreas, demanda que claramente no se cumplió. Al final del mandato santista, Colombia tenía más de 220 mil hectáreas cultivadas.
El acuerdo de La Habana, que gozó del apoyo de Obama y Biden, fue -como bien ha señalado el señor Trump- un acto de vergonzosa rendición ante el más grande, poderoso y dañino cartel de las drogas: las Farc.
Resulta esperanzador que el primer mandatario de los Estados Unidos tenga tanta claridad respecto de lo que sucedió en La Habana, cuando Santos ferió la democracia, la dignidad y la legalidad de la República de Colombia para favorecer a una cuadrilla mafiosa que no desmovilizó a la totalidad de sus integrantes y que, habilidosamente, dejó intactas a las estructuras que controlaban las zonas cultivadas con coca.
La tramoya fue absoluta: legalizaron a los criminales, les entregaron un cheque en blanco en materia de impunidad, nadie vio las armas que supuestamente entregaron, permitieron el crecimiento de los cultivos ilícitos, habilitaron a ‘Sántrich’ y a ‘Márquez’ para que continuaran traficando y, como si aquello no fuera suficiente, les entregaron personería jurídica que los convirtió en partido político con 10 curules gratuitas en el Congreso de la República. Si aquello no fue una rendición, entonces ¿cuál es la denominación que debe dársele a semejante felonía?
Santos y sus compinches, incluidos Obama y Biden, defraudaron al mundo. Encandilaron con un acuerdo ficticio de paz que, en la práctica fue una colosal operación de lavado de activos y de legalización de terroristas. No le falta razón al presidente Donald Trump cuando denuncia la rendición de esos tres sujetos, ante el narcotráfico.
Publicado: septiembre 27 de 2020
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