La pandemia ha sido toda una escuela de enseñanza. Hemos aprendido muchas lecciones nuevas y elaborado una serie de conclusiones a partir de los estudios experimentales que se han llevado a cabo. Uno de los más interesantes, cuando se comparó el efecto del ayuno y el confinamiento y lo que en el cerebro produce estas dos condiciones. (Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT) y del El Instituto Salk de Estudios Biológicos de California).
Los autores pidieron a la población del experimento que se dividieran en dos grupos. El primero: aislados 10 horas, sin contacto social. Durante ese tiempo les mostraron fotos de reuniones en grupo, actividad social, fiestas etcétera. Luego les practicaron un examen de resonancia nuclear magnética funcional y encontraron que las áreas que se iluminaban en el cerebro era el área tegmental ventral y la sustancia negra. El segundo grupo, para comparar, sin alimentos y ayuno de 10 horas. Más tarde vieron imágenes de comida, restaurantes etc. La resonancia funcional mostró que las áreas cerebrales que se estimulaban eran exactamente igual que las personas del primer grupo que estuvieron confinadas o aisladas.
Conclusiones: el cerebro reacciona igual cuando sentimos hambre o cuando estamos solos. Estas áreas tienen una particularidad; son ricas en neuronas que producen dopamina. Este neurotransmisor o comisionado químico es reconocido por su intervención en el sistema de la recompensa y también en los procesos de la motivación. Es el responsable del mecanismo de la adicción. Es el mensajero del placer que hace que las cosas que nos satisfacen las repetimos.
Sabemos que el ayuno de dopamina, recomendado para los altos funcionarios de Silicon Valley, tiene efectos benéficos para el cerebro. Durante 24 horas estos ejecutivos se desconectan de los estímulos externos y solo toman agua para hidratarse. Se parte del principio que la tecnología y la comida los tenía estimulados con sobrecarga de dopamina. Al disminuir los niveles de este neurotransmisor y volver a los estímulos normales disfrutamos más y con menos cantidad de dopamina estas actividades usuales. Es una forma deliberada de evitar la tolerancia. Este es el fenómeno que vemos en el adicto cuando en forma sucesiva necesita mayor cantidad de drogas. Esta discutida terapia se llama “control de impulsos” y la asemejan a espacios de “meditación en el siglo XXI”. Sabemos por los estudios publicados que la meditación ayuda a controlar el estrés, actúa como antidepresivo y ansiolítico. Nos ayuda y eleva el umbral del dolor.
Durante los seis meses pasados vivimos una fase de la pandemia en que el confinamiento generalizado nos privó de muchas de nuestras habituales reuniones sociales y de actividad en grupo. Cambiamos los fines de semana y los encuentros con amigos solo por las redes. Nuestro “chip” no estaba habituado a este tipo de relaciones y como seres sociales nos sentimos en algunos momentos enjaulados o con libertad restrictiva. No hay duda: impactó nuestra salud mental.
Pero el imperativo sanitario y sus protocolos fueron nuestros mandamientos. Paralelo a la prohibición toda una campaña de difusión y de enseñanza. La pedagogía de la pandemia. Castigos iniciales (toque de queda, pico y cédula) y luego la recompensa del control de los contagios.
Un país no puede estar aislado en forma indefinida y la economía cerrada no la resiste ninguna nación. Un desempleo del 25%, una caída del PIB más de 10%, una informalidad que alcanza cerca del 65% en muchas zonas y unos hogares que perdieron uno de los tres golpes son indicadores de la necesidad inaplazable de la apertura gradual de economía. El Covid-19 es una pandemia social con un semáforo en rojo. Llegó la hora de la persuasión, de la apertura gradual de la economía. Es el momento de cambiar confinamiento por corresponsabilidad.
Es mentira pensar que la pandemia se ha acabado. No nos engañemos: el virus esta vivito y coleando. Le dimos un respiro a los equipos de salud y nuestras UCI tiene índices de ocupación aceptables. No podemos permitir que el virus nos coja de sorpresa y volvamos retroceder con las medidas coercitivas. La forma de alejar el rebrote está en nuestra comportamiento y seguimiento de los protocolos sanitarios: uso de mascarilla bien colocadas, lavado de mano y distanciamiento social de 1.5 mts debe ser la norma de conducta.
El ayuno social y la disminución de la dopamina que experimentamos durante la pandemia necesita, igual que la economía, la reactivación gradual y la apertura inteligente. No nos puede suceder como los adictos en tratamiento. Cuando ordenamos las primeras salidas ambulatorias, se desbocan y tienen las tristes grandes recaídas que empobrecen su reintegro social. No podemos desbocarnos. Hacer dieta es perseverar en la reducción de peso gradual, nunca aconsejamos esas pérdidas bruscas pues el rebrote alimenticio no es saludable y se evaporan los resultados clínicos. La presión social no puede ganarnos. Los restaurantes, las reuniones y los grandes escenarios necesitan cumplir los protocolos sanitarios. Qué mas oportuna que la analogía del caballo y la rienda que el jinete lleva. Los bríos de la emoción reprimida de volver a salir deben ser controlada por el freno de la razón y la longitud de la rienda bajo la premisa de la corresponsabilidad.
¿Estamos listos para interactuar? De esto depende la prevención del rebrote y nuestras metas futuras. Es el mejor aplauso que pueden recibir los 9 mil integrantes del personal sanitario que se contagiaron y el sacrificio de los 65 médicos que fallecieron cumpliendo su vocación.
Publicado: septiembre 11 de 2020