Ante el abominable homicidio de George Floyd en Estados Unidos por parte de un policía racista, a quien le debe caer todo el peso de la Ley, los politiqueros de oficio, los idiotas útiles y también quienes sintieron una justificada indignación, empezaron una serie de protestas a lo largo y ancho de los Estados Unidos que se fue replicando en diferentes partes del mundo.
La protesta es un derecho legítimo que tenemos los ciudadanos en democracia, mientras que el vandalismo y el terrorismo no. Son crímenes graves y deben ser castigados con severidad y, aunque, también se vieron protestas fuertes y válidas, en el momento en que empiezan a destruir monumentos públicos, quemar carros de policía, robarse casas y saquear comercios privados, pasamos de protesta a la anarquía, de indignación al crimen y de la libertad al desorden y a una grave violación de derechos humanos. Muchas personas que al ver las autoridades del Estado sobrepasadas por una horda de desadaptados no tuvieron otra alternativa que proteger su vida y su propiedad con sus armas.
Es lamentable que grupos altamente politizados utilicen este tipo de situaciones para manipular a las masas indignadas -con toda la razón-, para aprovechar y poner en jaque el contrato social democrático y libre que hemos logrado en occidente después de vencer la carnicería fascista y la opresión comunista. No me cansaré de expresarlo.
Claro que como todo sistema, la democracia y el capitalismo merecen una reforma constante para garantizar la seguridad, el orden, la armonía, la fraternidad y sobre todo la libertad de los individuos. El racismo es la expresión más baja de los instintos humanos y la más alta de una inteligencia muy pobre. Por supuesto que hay que revisar los casos estructurales para hacer reformas de fondo que puedan solucionar dichos problemas, pero todo dentro de las reglas democráticas, ganando en la urnas con votos de electores seducidos por argumentos y por programas que mejoren la calidad de vida de los más vulnerables, sin quitarle la libertad a quienes mediante su trabajo, creatividad y esfuerzo producen riqueza, empleo e impuestos.
Advierto todo esto porque quede con un sabor amargo cuando vi la estatua de Sir Winston Churchill en Londres con grafitis, trazados por unos vándalos que seguramente no estarían vivos para hacerlo si los nazis hubiesen ganado la Segunda Guerra Mundial. Pero lo más absurdo no fue la aislada acción de unos resentidos, sino la legitimidad que se le dio por parte de movimientos políticos, argumentando que Churchill era racista, porque en unos memorandos hacía chistes de mal gusto.
Lo que no nos dicen los de Black Lives Matter, es que Churchill lejos de ser racista, siempre estuvo orgulloso del aumento en la expectativa de vida de la India, siempre creyó que los británicos tenían una obligación moral con los pueblos nativos del imperio. Tampoco dicen aquellos “pacifistas” y “libre pensadores” que en épocas anteriores era normal que existieran opiniones diferentes. Como lo dijo Andrew Roberts “Churchill estaba en el colegio cuando Charles Darwin aún estaba vivo, y como la mayoría, creía en una jerarquía de razas que hoy es ridícula y obscena, pero que en esa época se consideraba un hecho científico. Un racista quiere cosas malas para gente de otras razas, mientras que Churchill hizo todo lo contrario”.
Por eso es que en el mundo de la información instantánea, las fake news y los dogmas de izquierdas y derechas, es más importante que nunca una política más cercana al método científico, en donde podamos separar con un criterio formado por no decir imparcial, las falacias de los hechos.
Antifa es un grupo marxista estadounidense con profundas raíces en otros países de occidente, van en contra del sistema capitalista, esos son sus motivos y sus objetivos, no es otra cosa diferente. Distinto es que sean muy hábiles camuflándose en pequeños movimientos, o en activismo por causas nobles como el “animalismo”, el “amor”, la “paz” y otros sofismas de distracción para atraer a una ciudadanía que, paradójicamente gracias a la democracia y el capitalismo, está cada vez más alejada de la política y carece de una formación y criterio, lo cual los hace volubles a los cantos de sirena populistas.
La respuesta no se ha hecho esperar: como hoy es una realidad la amenaza que representa para las libertades el régimen comunista Chino, también lo son las expresiones de extrema derecha que están surgiendo en diferentes lugares del mundo, especialmente y de manera preocupante en países que siempre han luchado contra al autoritarismo. Pareciera que la solución dentro del modelo liberal es un conservatismo democrático, sin embargo, está posición política se ve amenazada por la corrección política y la guerra cultural en la izquierda y por el populismo antidemocrático en la derecha.
Nota 1: Esta columna es una combinación de una posición personal sobre los peligros de la democracia en el siglo XXI y una parafraseada de la entrevista que le dio a la revista Semana el historiador británico Andrew Roberts.
Nota 2: El libro recomendado para esta semana es “Liderazgo” de Sir Alex Ferguson (el técnico de fútbol más ganador de todos los tiempos con 49 trofeos, 38 de ellos con el Manchester United) y Michael Moritz. Una lección sobre disciplina, trabajo arduo y hambre de victoria, en donde a pesar del conocimiento popular, se subraya la capacidad de escuchar y observar como claves para el liderazgo de organizaciones cuyo único objetivo es la victoria.
Publicado: septiembre 4 de 2020
3.5