Los comunistas sienten fascinación por la violencia. Cuando gritan sus consignas ¡Patria o muerte!, ¡socialismo o muerte!, ¡liberación o muerte!, vibran. Es como si con la palabra muerte invocaran a sus dioses.
Marx, el fundador del comunismo, ideó tropos, metáforas, alegorías e hipérboles para cantar loas a la violencia ‘del pueblo’ contra sus ‘enemigos’. Los méritos de la violencia como instrumento de la política son indiscutibles para Marx, Lenin y los marxistas leninistas. Ella, dicen, es “la partera de toda sociedad vieja preñada de una nueva”.
Lenin no solo cantó loas y ordenó muertes. Él, Trotsky y Stalin aplicaron la violencia con más saña y sevicia que el príncipe Vlad, ‘el empalador’, conocido popularmente como Drácula.
Todos los demócratas que se acercaron a Lenin con intención de confraternizar, huyeron despavoridos y escandalizados cuando lo trataron personalmente. Russell, matemático y filósofo inglés, emblema del movimiento pacifista mundial, narró que Lenin (1920) se mostró feliz porque los campesinos estaban matando a sus antiguos patronos. “No me gustó eso. El bolchevismo es una burocracia sofocante y tiránica con un sistema-espía mas terrible que el del zar”, escribió.
El Partido Comunista de Colombia, imbuido por el Manifiesto comunista, siempre predicó la filosofía de la violencia como “forma superior de lucha política”. Los comunistas fundaron las Farc para ejercer la profesión de partera de la historia, dentro de su estrategia de “combinación de formas de lucha”. Después, los disidentes del Partido Comunista no se quedaron atrás: unos fundaron el ELN, otros el EPL, los de más allá crearon el M-19.
El objetivo comunista solo se podía alcanzar “derrocando por la violencia el orden social existente”, decían, pero sin desdeñar la combinación de la violencia con las acciones legales. “Combinación de formas de lucha”, lo llamó Lenin, quien recomendó que los comunistas tuvieran quien ejerciera el ‘vergonzoso’ oficio ‘electorero’, o fueran empresarios, juristas, docentes, periodistas, en fin… Necesitaba que hubiera camaradas dispuestos a socavar el sistema desde sus entrañas.
Siete décadas después de la fundación de la URSS, la ciencia, la tecnología, la fe (encarnada en Su Santidad Juan Pablo II), las ideas liberales, la economía de mercado, el sentido común y Reagan, derrotaron y demolieron, entre 1989 y 1991, al régimen comunista. En Rusia y sus satélites desaparecieron los gobiernos comunistas y los partidos se desintegraron, como si fueran miserables baúles repletos de disfraces y bisutería. La onda se expandió por todo el mundo, menos en América Latina y, particularmente, en Colombia. ¿Por qué?
Fidel Castro, padrastro y padrino de los comunistas de América, decidió no rendirse. Y a las Farc y a su mellizo, el ELN, que desde 1982 habían migrado al narcotráfico, no les fue difícil resistir. No necesitaban el oro de Moscú.
Uribe, como líder latinoamericano tuvo mucho que ver en el cambio de escenario. La estrategia comunista en América Latina estaba fructificando y en 2002 todo hacía presagiar una seguidilla de triunfos; electorales en Venezuela, Argentina, Ecuador, Brasil, y triunfo armado en Colombia.
Como dice el artículo de Los Irreverentes, “Una cadena de infamias”, “el gran pecado de Uribe fue haber salvado a la democracia de la hecatombe. Los ocho años de su gobierno (2002-2010) enderezaron el rumbo de un país que iba derecho hacia el abismo”.
Uribe y los militares son la razón para que Colombia no haya sufrido -hasta ahora- la suerte de Venezuela o de Cuba. Por eso sus enemigos no descansarán su brazo hasta lograr, primero, la venganza y, segundo, neutralizarlo, acallarlo, para poder consolidar su triunfo proyectado a 2022.
Las Farc firmaron un acuerdo con Santos para desdoblar su fuerza. Desmovilizaron un grueso núcleo y otro prosiguió la acción armada terrorista con financiación del narcotráfico. El primer núcleo, con los congresistas a la cabeza, cumple funciones políticas; el segundo, mantiene la llama de la lucha armada. Ambas facciones dirigen sus misiles contra la institucionalidad democrática.
La semana que pasó se les vio trabajar con ardor. Una senadora que combina su alias terrorista con su nombre de pila bautismal, alzó la voz contra los generales para pedir ¡en el recinto del senado! votar en contra del ascenso de los generales que los combatieron y los derrotaron. Logró treinta votos (¡!). Avanzan. Crece su audiencia.
La tarea que se les encomendó a los comunistas que están en la legalidad es derruir la democracia en tres frentes, mientras los otros avanzan en las trincheras. El primero, destruir al enemigo en el campo de la memoria histórica. Por eso la obsesión en defenestrar a Darío Acevedo quien lucha como un titán mientras recibe dardos y flechas desde todos los flancos. El segundo, masacrar en los juzgados a quienes dirigen la resistencia. Y el primer objetivo en este caso son los generales de la república (los discursos del senador amigo de las Farc son su guía y método). El tercero, destruir al Gran colombiano, al presidente Uribe. Ya no con carros bomba como el de Barranquilla, sino con complicidades múltiples desde los flancos más insospechados.
¡No pasarán!
Publicado: agosto 3 de 2020
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