La masacre ocurrida en Samaniego es la cúspide de la barbarie y de la irracionalidad que imponen grupos criminales que controlan el departamento de Nariño donde los cultivos de coca marcan el derrotero entre la vida y la muerte de personas que inocentes o con conocimiento se cruzan en la ruta del narcotráfico.
Rechazar la muerte violenta de cualquier ser humano es lo natural, lo obvio, lo cristianamente correcto, lo mínimo que debe hacer cualquier sociedad civilizada. También debería ser propósito colectivo rechazar y condenar a todos los actores y promotores de actos violentos: en ese tema no debería haber benevolencia por nadie.
Algo esta pasando en el cimiento moral y ético de Nariño para pasar de 17,470 hectáreas de coca en el año 2009 a 45,734 hectáreas en el año 2017. El año pasado decreció a 36,964 hectáreas. Nariño se convirtió en el santuario mundial de los cultivos ilícitos y del narcotráfico. Las cifras y los hechos prueban que la sociedad nariñense se dejó corromper por discursos ideológicos que barnizan imperios criminales como lo es el narcotráfico, para crear una convivencia social y económica.
Es inaudito y vergonzoso que ningún líder de la región, ni institución, hubiera elevado la voz para enfrentar y denunciar esa cultura de la ilegalidad. Y cuando hablo de elevar la voz no hago referencia a justificar esta asquerosa cultura con el argumento de que la ausencia del Estado y la pobreza los tiene metidos en ese lodazal del mal. Esa narrativa es la peor excusa para justificar uno de los peores crímenes de la humanidad.
Nariño desde hace tiempo se distanció política e ideológicamente de lo que fueron sus orígenes. No olvidemos que fue esta tierra quien premio a un exguerrillero con todo su pasado criminal como Antonio Navarro, eligiéndolo Alcalde de Pasto y Gobernador de Nariño. También se dieron el lujo de tener como gobernador a Camilo Romero, a quien la embajada de los EE.UU. le retiró la visa por oponerse a mecanismos legales de lucha contra el narcotráfico.
Durante el gobierno de Camilo Romero se presentó el mayor crecimiento de cultivos de coca en Nariño, como también la mayor expansión de grupos ilegales y carteles del narcotráfico que convirtieron las costas de ese departamento en bodegas y despensas de cocaína para el mundo. Nariño es una región tomada por todos los grupos y organizaciones criminales que quieren quedarse con el control de este multimillonario negocio, quienes para cumplir con ese propósito envían mensajes de terror como el ocurrido en Samaniego.
Preservar la vida de todos los seres humanos es y debe ser un imperativo de toda la sociedad colombiana, pero también debe ser prioridad apoyar todos los mecanismos legales que tienen como fin enfrentar la criminalidad y la muerte.
No se puede ser defensor de la vida cuando se avala impunidad de criminales, ni cuando se motivan y aplauden sentencias que prohíbe uso del glifosato, o cuando se celebra que comunidades saquen a patadas al Ejercito por cumplir con su deber constitucional. La defensa de la vida tiene un solo evangelio: defender la vida hasta con la propia vida.
Publicado: agosto 18 de 2020
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