Desde siempre se ha dicho que una de las grandes falencias del acuerdo de impunidad celebrado entre el gobierno de Santos y la banda terrorista de las Farc era la falta de claridad respecto de los menores reclutados forzosamente por esa estructura delincuencial.
A la luz del Estatuto de Roma, norma internacional que le dio vida a la Corte Penal Internacional, la esclavitud es un crimen imprescriptible que, por su propia gravedad, debe ser sancionado con penas efectivas que no simbólicas.
Las Farc nutrieron sus filas fundamentalmente con menores de edad que fueron reclutados forzosamente. Esa es una verdad inocultable. Se trató de una práctica sistemática y generalizada en la que incurrieron todos, absolutamente todos los frentes de esa organización delincuencial.
Quienes promovieron y votaron por el NO en el plebiscito, buscaban, entre otros aspectos, que el reclutamiento de niños no quedara en la impunidad como parece estar sucediendo.
La actitud de los terroristas de las Farc que continúan disimulando la esclavización de menores, en el marco de una brutal campaña negacionista, ha empezado a llamar la atención de los que otrora aplaudían rabiosamente el proceso de Santos.
Esos mismos que se emplearon a fondo en la calificación de “enemigos de la paz” a quienes expresaron reparos respecto del acuerdo, hoy se rasgan las vestiduras demandando de los terroristas de las Farc la confesión las fechorías que cometieron contra la niñez colombiana.
Aquellos que fungieron como coautores del robo del plebiscito, desconociendo la evidente victoria del NO, hoy lamentan con lágrimas de cocodrilo que las Farc exhiban una actitud desafiante, desconociendo sus atrocidades.
¿Hasta ahora caen en la cuenta de que el acuerdo Santos-Timochenko estuvo sembrado de garantías de impunidad, donde las víctimas no fueron tenidas en cuenta? ¿Se les olvida que a La Habana concurrió la cuestionada Piedad Córdoba en condición de víctima, cuando ella era parte orgánica de la estructura terrorista con la que se estaba negociando? ¿Acaso no recuerdan los periodistas que hoy se lamentan, que los opositores al acuerdo repitieron insistentemente que un mal acuerdo -como el que se firmó- no traería la paz?
Las Farc, esas mismas que concurren a las diligencias de la JEP alzando los brazos en señal de victoria, se están burlando del país. Los negociadores del supuesto “mejor acuerdo posible” le dijeron a la nación que los terroristas estaban en la obligación de confesar la totalidad de sus crímenes, de contar la verdad, pedir perdón y comprometerse a no reincidir en el delito.
Ahora, cuando Santos y los suyos birlaron el resultado del plebiscito e impusieron a la brava el acuerdo final con la complicidad de los periodistas que hoy se muestran aterrorizados por cuenta de los incumplimientos de la guerrilla, empiezan los clamores y los señalamientos.
Creyeron equivocadamente que los terroristas dejarían de ser bandidos por arte de birlibirloque. El tiempo ha servido para confirmar lo que oportunamente fue propuesto: como a los forajidos les salió gratis lo acordado en La Habana, creyeron que efectivamente tenían en sus manos una suerte de licencia para continuar delinquiendo.
Por eso, Sántrich continuó inmerso en las actividades de narcotráfico y cuando fue requerido por la justicia, con el apoyo decidido de Iván Cepeda emprendió la fuga. Iván Márquez, vio en el acuerdo una magnífica oportunidad para mantener hombres en armas -a través de las denominadas “disidencias”- y las redes de tráfico de drogas intactas, todas integradas por niños reclutados contra su voluntad.
Los que hoy se declaran en estado de indignación como producto del cinismo de las Farc, deberían tener un gesto de honestidad con la sociedad colombiana y reconocer que lo que sucede, en buena medida, es consecuencia de haber desoído la voz de los promotores del NO a quienes injustamente señalaron de ser amigos de la guerra, cuando en efecto estaban advirtiendo que el acuerdo de Santos era un nauseabundo monumento a la impunidad.
Un acto de contrición, no estaría de más.
Publicado: agosto 3 de 2020
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