El lenguaje escabroso, áspero, rudo en exceso, en la actividad política, es hoy una enfermedad tan expandida como el coronavirus. Cada país creería tener los peores especímenes políticos, los más soeces y desconsiderados: pero, se revisa el nivel de los debates en las vecindades y, ¡oh sorpresa!, cada uno termina descubriendo que sus propios ‘matarifes’ son simples poetas en proceso de maduración si se les compara con sus émulos de otras latitudes.
La extrema izquierda española inauguró el milenio trayendo a latinoamérica la influencia de su “generación perdida” o “generación Podemos”. Antes, o mejor, en el ascenso mediático de sus dos personajes más caracterizados, Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero, pude conocer directamente -y sufrir en carne propia- a Monedero. Fue mi contraparte en un foro citado por la extrema izquierda colombiana. Monedero recorría el continente -suntuosamente financiado por los dólares chavistas- convertido en verdadera vedette de esas extremas. Además de hacer propaganda al régimen de Chávez (sus retozos bolivarianos siguen ahí en Youtube), en Colombia patrocinaba a las secuestradoras Farc, cuyos codiciosos jefes no querían soltar gratuitamente a sus presas y demandaban pago de rescate mediante un mal llamado “acuerdo humanitario”. Traigo la escena a la memoria, porque con Monedero pude vivir y sobrevivir en ese momento al juego sucio de la palabra sucia. Su discurso a favor de Chávez y las Farc, fue una retahíla de mentiras e insultos al presidente Uribe, de quien yo era asesor en ese momento. Monedero se refería al presidente de Colombia como si aquí gobernara el tirano Trujillo, el dictador de República Dominicana de hace décadas, o Castro, el autócrata de Cuba.
El lenguaje soez trasladado a la política, el grito y el insulto, los mítines para no dejar oír o acobardar al otro, parecían instrumentos naturales de la ‘nueva política’. Y uno pensaba que eran formas que habían llegado para quedarse, porque eran descritas por los expertos como una “revolución en la cultura”. Además, como esas formas llegaron a América latina desde la moderna y progresista España, lo único que parecía posible hacer era adaptarse.Pues no. La moda no duró. Ya España está recogiendo amarras. Hoy, los protagonistas del insulto no son tan jovencitos y, además, están en el parlamento. Entonces, llegó el momento de ponerle coto a sus desmanes y hay un partido como VOX que no les da ni les pide tregua. En abril, la vocera de Podemos en el parlamento de la autonomía de Madrid fue condenada a 19 meses de cárcel e inhabilitada como diputada. Su falta, insultar con saña a la policía, con un lenguaje que aquí daría vergüenza reproducir. Los jueces españoles están abriendo el camino a sus colegas de latinoamérica, donde la epidemia de verborragia insultante o verbo coprológico se expande por los parlamentos. Para muestra, el botón de Colombia, donde congresistas alimentan desde sus redes y, últimamente, hasta en sus intervenciones (o en sus micrófonos descuidadamente abiertos) el improperio arrabalero y chabacano.
El último episodio español tiene ribetes dramáticos y, creo, hará pensar dos veces a quien se sienta muy ‘gallito’ para insultar. Un rapero, conocido como ‘Valtonyc’, fue condenado a tres años y medio de cárcel por enaltecimiento del terrorismo e injurias graves a la corona española. Aunque huyó a Bélgica, en donde recibe protección o asilo, ha comenzado a destilar su odio hacia un objetivo muy distinto a los reyes de España. Dice que Pablo Iglesias, el fundador y jefe único de Podemos, actualmente vicepresidente del gobierno, le encargó la canción insultante. Iglesias se “ha hecho el bobo” y dejó a Valtonyc colgado de la brocha. Pero sus prosélitos de la extrema izquierda han tomado nota de que el radicalismo del líder tiene cálculos, particularmente no perder el disfrute de las mieles a las que le dan acceso el poder y el dinero, de los que parece gozar en abundancia el antiguo agitador comunista.
Colombia tiene los más aventajados discípulos de Podemos en materia de insulto y agresión verbal. Están en el propio congreso, a donde llegaron algunos por dádiva que les otorgó Santos, después de ejercer por décadas la profesión de terroristas. Otros fueron elegidos por un electorado tan rudo y mal hablado como ellos, con la etiqueta paradójica de ‘decentes’. Todos llegaron a reforzar al senador amigo de las Farc, quien ahora funge como su líder indiscutido y protector eminente.
Publicado: agosto 10 de 2020
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